El Enigma del Camafeo
- ¿Por qué lloras pequeña? – le preguntaron un grupito de luciérnagas a Daida- que miraba desconsolada el jardincito donde momentos antes había extraviado el objeto más preciado que tenía.
- Porque he perdido el querido camafeo que me regaló mi abuelita poco antes de fallecer. Y he estado todo el día buscando y buscando hasta que ha anochecido y no he dado con él.
¿Camafeo, eso qué es? – preguntaron las luciérnagas.
- Es un colgante muy antiguo hecho con una piedra negra llamada ágata y que tiene en su interior, tallada en blanco, una bellísima mujer.
No te preocupes nosotras te echaremos una mano. Como puedes ver tenemos una potente luz que nos ayudará a encontrarlo.
Y sin perder un segundo se pusieron a buscarlo. Tanto ahínco pusieron, pues querían mucho a Daida, ya que siempre había sido una niña muy buena con todos los animalitos del lugar, que su luz se fue haciendo cada vez más intensa hasta despertar a la Sra. Mariquita que dormía plácidamente recostada en su hojita.
¡Pero esto que es – protestó airada-, qué falta de consideración es esta!
Perdónanos –dijeron avergonzadas las luciérnagas- pero es que Daida nos necesita.
¿Qué ocurre? -quiso saber Doña Mariquita.
Que la pequeña ha perdido un objeto muy querido para ella y está muy triste y apenada. No podemos dejarla así.
Por supuesto que no. De que objeto se trata.
De un camafeo muy antiguo que perteneció a su abuela.
Pues no se hable más, id alumbrando el camino que yo registraré bajo cada rama.
A su paso se fue encontrando con el Sr. Gusano que dormía acurrucado sobre sí mismo y le pidió ayuda. Este enseguida accedió, ya que Daida muchas veces le había dejado sabrosas manzanas para que las desgustace poco a poco.
Más adelante se tropezó con el Sr. Ciempiés que después de saber lo que hacían, se añadió a la búsqueda sin pérdida de tiempo. También se les unieron el Sr. Escarabajo, Don Saltamontes y Sra., por supuesto la familia hormiga al completo y las traviesas garrapatas.
Cómo la comitiva era cada vez mayor. Las luciérnagas llamaron a sus primas para que les ayudaran a iluminar a todos los insectos que participaban en la búsqueda, pues el número ya era considerable.
Doña Mariquita se tropezó de bruces con el Sr. Erizo que amodorrado sobre una rama descansaba cómodamente.
Sr. Erizo – dijo la Sra. Mariquita poniendo el tono más meloso que podía. Ya que de sobra era conocida la falta de motivación que experimentaba el Sr. Erizo ante cualquier situación que requiriera mover un solo músculo de su cuerpo. Sería usted tan amable de ayudarnos en la búsqueda de un objeto extraviado de suma importancia.
¿Cómo? – respondió el erizo, sin inmutarse. Un objeto, qué objeto.
La Sra. Mariquita explicó una vez más lo ocurrido.
A lo que el Sr. Erizo contestó sin pestañear:
¡Eso no es asunto mío! Y dándose la vuelta siguió durmiendo tan tranquilo.
¡Será vago y descortés! –pensó mientras se alejaba malhumorada.
Al pasar por la charca divisó a la Rana que con gesto burlón hacia rato contemplaba la agitada escena.
¡Hola Ranita!, querrías unirte a la búsqueda.
¿La búsqueda?
La Sra. Mariquita, algo cansada ya, de contar la historia por enésima vez. Se dispuso a repetirla.
Cuándo la Rana se colgó al cuello el ansiado objeto.
¡Oh querida amiga, lo has encontrado!
Te refieres a esto - dijo señalando su cuello.
Sí, sí por supuesto. Me lo das para llevárselo a Daida, se pondrá muy contenta de recuperarlo.
De eso nada, es mío. Yo lo encontré y no lo devolveré jamás.
Y de un salto se adentró en las turbias aguas.
Doña Mariquita se apenó muchísimo, cómo iba a poder decírselo a la pequeña, se preguntó. Pero armándose de valor se lo contó a una de las luciérnagas.
No puede ser, esto la destrozará. ¿No hay nada que podamos hacer?
Entonces a Mariquita se le ocurrió una idea, era un tanto complicada pero merecería la pena probar.
Extendiendo sus alas se puso en camino. Tardó en llegar el resto de la noche, pero por fin divisó el Reino de las Mariposas.
Se encaminó a la Mariposa Reina y con estas palabras se dirigió a ella:
Majestad, estoy aquí para pedirle un gran favor. Sé que no es nada habitual lo que voy a pedir. Y también sé, que está prohibido en nuestro mundo prestar este tipo de ayuda a los humanos. Pero este caso tiene que ser considerado, ya que, la humana de la que hablo es especial. Siempre ha sido muy buena con todos los animales, insectos y personas que ha conocido en su corta vida. De hecho muchos de los insectos que habitan en su jardín han salvado la vida muchas veces gracias a ella. Siempre ha sido muy bondadosa, caritativa y generosa con nosotros.
¿Cuál es el nombre de esa criatura y qué clase de favor pides?
Su nombre es Daida. El favor, polvos multicolor.
La Reina Mariposa quedó un instante pensativa.
Se dirigió a la Caléndula movió sus pistilos y una ligera bruma brotó de ellos. Cuando esta se disipó un rostro apareció en su lugar. Una niña sonrosada con gruesos lagrimones corriendo por sus mejillas, llenó el lugar.
¡Esa es! -exclamó Mariquita con asombro.
Bien, existe una profecía relacionada con esta pequeña:
Está escrito que algún día llegaría un ser ajeno a nuestro mundo que poseería la llave para expulsar definitivamente al temido y destructivo polvo dorado. Que como sabes es el enemigo natural de las mariposas. Pues cuando llega cubre con su manto nuestros cuerpos impidiéndonos volar, movernos y en los casos más graves, incluso respirar, por lo que muchas de mis súbditas han muerto por ello. Pero gracias a tu pequeña criatura, el momento de la liberación ha llegado.
Y acercándose al Lago Púrpura se sumergió en él. Al salir batió sus alas sobre Mariquita y un polvo con miles de destellos de colores cubrió su pequeño cuerpecito.
Ya sabes lo que tienes que hacer. Así que cumple tu destino.
Mariquita después de hacer una reverencia expresando su gratitud. Se alejó volando.
Llegó a la casita de Daida y entrando por la ventana, le dijo así:
Daida, ya nos conocemos, soy la Sra. Mariquita. La que tantas veces ha jugado contigo en el jardín y la que sigue aquí, gracias a que el otro día me salvaste de ser devorada por aquel hambriento pájaro. Tengo algo muy importante que decirte:
Vengo del Reino de las Mariposas y su reina me ha contado que eres la protagonista de una profecía que las salvara del temible polvo dorado, un ser que aparece cada cierto tiempo destruyendo todo a su paso.
¿Pero cómo voy a ser capaz de hacer algo semejante?
Sólo sé que cuando llegue el momento lo sabrás.
También tengo que decirte que he encontrado tú camafeo, pero no te ilusiones pues lo tiene la Rana de la charca y no lo quiere devolver.
- Pero no desesperes. Traigo la solución. Si te rocío con estos polvos te transformarás en un pececito y podrás sumergirte en la charca e ir a por él. Te parece bien.
Me parece maravilloso. Es el único objeto que tengo de mi querida abuela. Era una persona muy sabia. Aunque algunos la tachaban de hechicera, pero yo sé que eso no es cierto. Era muy buena, ella me enseñó todo lo que sé y me transmitió su gran amor hacia los animales. Así que haré lo que haga falta para recuperar su camafeo. Me lo dio haciéndome prometer que siempre lo cuidaría, pues ella decía que sería muy importante en mi vida y que algún día lo averiguaría. ¡Venga no perdamos más tiempo!
Se dirigieron las dos a la charca. Allí Mariquita voló sobre Daida agitando sus alas sobre ella. Al instante esta se convirtió en un precioso pececillo plateado con rayas violetas.
De un salto se introdujo en el agua.
Gracias Mariquita, no regresaré sin él. Y despidiéndose de su amiga se sumergió en ella.
Según se adentraba más y más en las profundidades descubrió diferentes seres que no había visto nunca. Pececillos de diferentes colores, renacuajos aquí y allá, sapos de considerable tamaño, sanguijuelas negras y moradas, alguna que otra rana. Pero la que buscaba en concreto no aparecía por ningún lado. Así que decidió nadar un poco más allá. A su paso también se encontró con una variada vegetación bastante abundante y densa.
Cuando parecía que iba a ser imposible encontrarla, divisó a lo lejos una rana, cuyo cuello resplandecía como el sol en una tarde de verano. En seguida supo que era ella. Se aproximó sigilosamente ocultándose detrás de unas gruesas algas.
La Rana estaba muy contenta de su adquisición y lo lucía con todo orgullo.
¿Me lo prestas un ratito? -le pedía en aquel preciso momento un renacuajo pequeñín que se encontraba cerca de ella.
Pero que dices enano – respondió ésta en tono burlón. Esto no se desprenderá de mi cuello mientras viva.
Difícil lo tengo –pensó Daida- tengo que planear algo para arrebatárselo.
Entonces tuvo una gran idea. Empezó a dejar caer entre los habitantes de aquel lugar, que se había colado a través de un paso subterráneo, que daba a un río cercano, una enorme bestia con un apetito feroz e insaciable.
La noticia corrió como la pólvora y al poco, todos la conocían.
Se acercó otra vez al grupo que formaba la Rana con los otros y pudo oír su conversación.
Sí, dicen que es enorme. Que devora todo lo que se pone a su paso, nada se le resiste.
Entonces el renacuajo pequeñito dijo de manera solemne:
Al primero que devorará será a ti Rana.
¿Pero qué dices insensato?
¡La verdad! Con la luz que tienes al cuello será difícil pasar desapercibido.
La Rana se dio cuenta de que el pequeñín tenía razón. Así que con voz cautivadora respondió:
No seas bobo, eso es lo de menos. Antes irá por los sapos que están mucho más carnosos y sabrosos que yo. Por cierto, si quieres te presto el camafeo, ya que tanto te gusta. Pero sólo un ratito, ya sabes que no puedo estar mucho tiempo sin él.
Pero como el renacuajo a pesar de su tamaño no tenía nada de tonto exclamó:
¡Oh, gracias, que amable eres!, pero se me han quitado las ganas de golpe. Y dándose media vuelta se alejó de ella a toda prisa.
Los demás animales que se encontraban por allí hicieron exactamente lo mismo. Y en pocos minutos la Rana se encontró sola sin nadie alrededor.
Lo que aprovechó Daida para acercarse haciéndose la despistada.
¡Qué bonito camafeo llevas al cuello! Si yo tuviera uno igual, sería la pececita más feliz de la charca.
¿De veras te gusta?
¿Bromeas?, me encanta.
Si quieres te lo puedo dejar un ratito.
¿Lo dices en serio? ¿No me estás tomando la cola?
¡Por supuesto que no! Y quitándose el camafeo se lo puso a la pececita sin pérdida de tiempo.
¡Gracias, es precioso!
No había terminado de decirlo, cuando la Rana salió disparada en la dirección opuesta.
¡Pero oye! ¡Que te olvidas tu camafeo! – le gritaba Daida con sorna.
Pero no obtuvo respuesta, la Rana nadaba tan velozmente que casi ya no se la distinguía.
Con una sonrisa en los labios se dispuso a subir al exterior. Cuando una señal de alerta se encendió en su interior. Miró hacia atrás, quedándose paralizada al instante. Como si el destino le jugara una mala pasada, estaba siendo perseguida por un pez de dimensiones más que considerables y de horroroso aspecto.
Trató de esquivarlo, entre las altas y espesas algas. Pero el camafeo que llevaba al cuello, era un reclamo demasiado visible como para pasar desapercibida. Así que aleteando con fuerza se acercó a un recodo, pudiendo desprenderse de él. Lo dejó colgado de una ramita.
En seguida, el amenazante pez apareció nuevamente a su lado. Continuó la persecución, cada vez lo tenía más cerca. Pero la providencia vino en su ayuda. Al pasar por una zona donde las algas eran más tupidas, su colita se enredó en una de ellas. Entonces tuvo una idea, giró sobre sí misma, cuál “rollito de primavera” y así totalmente cubierta pasó desapercibida para el enorme pez, que no encontrándola continuó su camino.
Allí, enrollada, permaneció un buen rato. Hasta que decidió, que ya era hora de salir. Se desenrolló poco a poco. Mientras no dejaba de mirar por si el horrible animal seguía cerca. Pero no había ni rastro de él. Seguramente había ido en busca de otra presa más apetitosa.
Sin pérdida de tiempo regresó dónde había dejado el camafeo y con él al cuello se apresuró a alcanzar la superficie.
¡Por fin! –exclamó Mariquita ansiosa- ¿Cómo ha ido? Pero al ver lo que colgaba de su cuello se apaciguó.
Daida de un salto alcanzó la orilla. Y mientras Mariquita revoloteaba sobre ella, inundándola otra vez con los polvos multicolores para devolverle nuevamente su aspecto. Daida le fue contando la peripecia vivida.
¡Eso es horrible!, pobrecilla habrás pasado un miedo espantoso.
Desde luego, así fue. Pero por suerte ya pasó, y por fin, vuelvo a tener conmigo mi amado camafeo.
¡Qué ganas tenía de tocarlo de nuevo! – decía mientras lo acariciaba en sus manos.
Mas de pronto ocurrió. El camafeo cambió de color haciendo que Daida entrara en una especie de trance. Mariquita, se asustó.
¡Daida, qué tienes, qué te pasa!
Pero no obtuvo respuesta. Así pasaron unos segundos. Al volver en sí Daida pronunció:
Sé lo que tengo que hacer. Necesito que me lleves al Reino de las Mariposas.
Mariquita no preguntó nada, supuso que el momento había llegado.
Así que volvió a rociarla con los polvos de colores. Esta vez de ellos surgió una preciosa golondrina con un bonito camafeo granate al cuello.
Se pusieron en camino y al atardecer llegaron al Reino de las Mariposas, lo que vieron las dejaron atónitas. Un polvo espeso y dorado lo cubría todo.
Las mariposas no podían moverse y mucho menos volar. Algunas agonizaban, ya que no podían respirar. La Reina las miraba impotente. Mientras, ella misma, permanecía inmóvil sobre su trono. Formado por una inmensa margarita iridiscente, recubierta por todas partes de una gruesa capa dorada.
Daida se colocó en medio del bosque, cerró los ojos concentrándose y con sus delicadas alas rozó suavemente el camafeo. Entonces la preciosa mujer grabada en él, comenzó a soplar. De sus labios surgió una leve brisa, que se fue haciendo más y más intensa hasta acabar convertida en un potentísimo huracán que arrastró todo el polvo dorado con él. No dejando ni la más leve motita.
Poco a poco el Reino de las Mariposas volvió a ser el de antes, las que estaban agonizantes se fueron recuperando y todo brilló con el mismo esplendor de siempre.
La Reina se acercó a Daida y le dio las gracias en nombre de su reino, coreando sus palabras todas las mariposas batieron sus alas en señal de agradecimiento. Haciendo que el bosque brillara con cientos de destellos. ¡Fue precioso!
Daida, se despidió agradecida de haber podido ayudar a conservar para siempre aquel Reino tan maravilloso. La profecía se había cumplido y ya siempre estaría a salvo.
Regresó con Mariquita a su hogar. Esta revoloteó por última vez sobre Daida, devolviéndole de nuevo su verdadero aspecto. Después de darle las gracias por todo lo que había hecho por ella, se despidieron hasta el día siguiente o hasta cualquier otro, cuando se vieran de nuevo.
Daida entró en su cuarto, miró por la ventana y acariciando el camafeo, con infinita gratitud, agradeció a su abuela, el maravilloso regalo que le había legado.