Lily, el hada que no podía volar
Lily era una de las más hermosas hadas del bosque de las “Mil Flores”. Tenía la tez blanca como la nieve, unos preciosos ojos verdosos y una exuberante melena pelirroja. Pero a pesar de esto, no era una de las más queridas del lugar, ya que sin saber por qué, Lily a pesar de tener unas bonitas alas, no podía volar. De hecho, era la única hada de todo aquel bello bosque que no podía.
Ella se sentía muy triste por ello, ya que las otras hadas del bosquecillo le daban de lado y no la dejaban ir con ellas, pues pensaban, que era un bicho raro.
Aquella mañana se celebraba la fiesta de las flores. Acontecimiento que las hadas esperaban con verdadera ilusión y expectación. La celebración era muy especial, pues consistía en que las hadas obtendrían el bello color que desprenderían sus alas, y según el color de éstas, seria el trabajo que desempeñarían.
Todas las hadas se colocaron alrededor del gran lago que ocupaba la parte central del bosque. La Reina de las Hadas, se situó en el centro del lago, subida sobre un enorme nenúfar. Poco a poco comenzó a batir sus alas, al principio eran de una transparencia sin igual, pero según fueron cogiendo más y más velocidad, fueron cambiando a las más variadas tonalidades que uno pudiera recordar, además, de ellas sobresalían extraños grabados. Algunos formaban espirales, otros lunares y por último surgieron finísimas rayas multicolores. Las hadas aguantaban la respiración nerviosas, pues el gran momento, se estaba acercando. Así fue, en el instante, en que las alas de la Reina se movían a tal velocidad que era imposible visualizarlas, solamente se podía apreciar un remolino de colores, salpicado aquí y allá por algún lunar, raya o espiral. Ocurrió, de las alas brotaron bandas de diversos colores, como si de un arco iris se tratara, que fueron impactando en las diversas hadas que rodeaban el lago. Las bandas de color rojo impactaron sobre un grupo de ellas, casi al instante sus alas quedaron de aquel color, después les tocó el turno a las del color verde, seguidamente, fueron las amarillas, detrás llegaron las azules, las naranjas, las rosas…. Así sucesivamente, cada grupito de hadas fue adquiriendo un tono distinto en sus alas, las últimas fueron las violetas. Y precisamente este color, fue el que impactó sobre las alas de Lily. Al verlas se puso loca de contenta, pues ese siempre había sido su color favorito, y de hecho siempre llevaba una flor de ese color prendida en su pelo, lo que hacía que el contraste de su preciosa melena rojiza con la flor violeta resaltara considerablemente.
Las hadas estaban muy contentas y orgullosas con los colores que les habían tocado, y agitaban felices sus alas, creando un bello espectáculo multicolor. Pero todavía la ceremonia no había terminado. De las alas de la Reina, ahora surgieron una bandas formadas de color rojo con redondísimos y negros lunares, que fueron derechitos a un grupo de hadas, después, surgieron otras con grandes espirales que impactaron en otro grupito de hadas algo más alejadas, y por fin, aparecieron las últimas bandas, que formando finísimas rayas multicolores, se dirigieron veloces al último grupo de hadas que todavía tenían las alas trasparentes. Ahora sí, que había concluido la primera parte de la ceremonia. Todas las hadas lucían sus colores, y se las iban mostrando orgullosas unas a otras mientras las agitaban radiantes de felicidad. Lily, también contenta, intentó que las demás apreciaran la bella tonalidad que ahora cubría sus preciosas alas, pero como siempre la ignoraron por completo.
Se acercaba la segunda parte de la ceremonia. Ahora cada hada sabía cual era su cometido. Las de las alas rojas, tenían que cuidar y proteger a todas las flores que tuvieran en sus pétalos aquella tonalidad, como a los claveles, amapolas, anturios, rosas rojas…A las de las alas amarillas les tocaba proteger y cuidar a los crisantemos, girasoles, gerberas. Así, cada hada, tenía sus propias flores a las que atender. Lily se encargaría de las violetas, petunias, siemprevivas, lilas. Las de las alas marrones, mantendrían a la gran variedad de árboles que existían en el lugar, frondosos y robustos. Después estaban las que tenían las alas rojas, con enormes lunares negros como el azabache, ellas eran las encargadas de velar por los insectos del bosque. Las de las alas con espirales, se encargarían de las aves que anidaban en las ramas de los árboles, que con su espeso follaje cubrían el bosque, y las de las rayas finísimas, cuidarían de las distintas especies de animales que habitaban en él.
A un movimiento de la mano de la Reina de las Hadas, todas salieron volando a realizar su labor. Todas menos Lily, naturalmente, ella fue caminando un poco cabizbaja. La Reina de las Hadas, la contempló unos minutos, mientras se alejaba, con gran preocupación, tampoco entendía porqué Lily no podía volar, pero se convenció a sí misma que habría un poderoso motivo para que aquello hubiera ocurrido. Tarde o temprano se sabría el por qué.
Las hadas llegaron junto a las flores que cada una tenía a su cargo. Desplegaron sus alas y las agitaron suavemente sobre ellas. Al instante un polvo del color, de cada una de las alas, de las distintas hadas, cayeron en cascada sobre las flores. Al absorberlas, éstas relucieron inmediatamente. Sus hojas lucían brillantes, sus pétalos intensificaron sus colores y sus tallos se volvieron más robustos y tersos. Poco a poco todo el bosque, según las hadas hacían su trabajo, cambió de aspecto. El pelaje de los animales era fuerte y brillante, las aves desplegaban sus espléndidas alas, con los colores de sus cuerpos más vívidos que nunca. Los frutos de los árboles mostraban un aspecto delicioso, y las hierbas que alfombraban el lugar, eran altas y de un verdor intenso. Los árboles y sus ramas eran robustas, frondosas y su vegetación exuberante. Todo el bosque era un lugar idílico, en el que la belleza de todos los seres, animales y plantas que lo formaban resplandecía admirablemente.
Lily después de un buen rato de caminata, llegó donde se encontraban sus preciosas flores. Se dispuso a llevar a cabo su labor, pero como no podía volar, le era tremendamente complicado. Pues no llegaba a la altura idónea para poder desplegar sus alas, y dejar que su polvo violeta inundara a sus queridas flores. Después de muchos intentos y varios saltos. Se sentó en el suelo abatida por la desesperación y la impotencia, y sin poder evitarlo, gruesos lagrimones resbalaron por sus mejillas.
¡Soy un desastre, no sirvo para nada! –decía entre sollozos.
Las flores al oírla, y ver el gran esfuerzo que había desempeñado por llevar a cabo su labor, se apiadaron de ella. Acercaron sus finos tallos hacia el hadita, levantándola por los aires hasta colocarlas sobre ellas. Lily se sorprendió muchísimo al verse arrastrada por las alturas, y entendió lo maravilloso que era volar, y cómo se deberían sentir las otras hadas de tener la gran suerte de poder llevarlo a cabo.
Muy agradecida por ello, les dio las gracias, una a una, a todas las flores. Que con mucha suavidad, se la iban pasando de una a otra para que Lily cumpliera con su trabajo. Al terminar emocionada les dijo:
- Muchísimas gracias por ayudarme, y por hacer posible que cumpla con mi deber. Siempre os estaré agradecida, y os cuidaré con esmero.
Las flores se inclinaron haciéndole una reverencia en señal de amistad.
Pasaron varias semanas desde la fiesta de las flores. El bosque seguía igual de precioso, y Lily cumplía su promesa a rajatabla. Todos los días visitaba a sus amigas las flores, para que no les faltara de nada. De hecho, eran las flores más hermosas del lugar, pues Lily las cuidaba y protegía sobre manera.
Una tarde, después de cumplir con su labor, se acercó al lago para refrescarse un poco. Le apetecía remojarse la cara e introducir sus piecesitos en las frescas y cristalinas aguas. Cuando de pronto, una preciosa melodía se fue oyendo a lo lejos. Según se acercaba, la melodía se volvió más intensa y la fue llenando por completo. Su cuerpo se inundó de una sensación extraña, y a la vez maravillosa, y sin poder evitarlo su cuerpo comenzó a danzar. Al principio sus movimientos fueron muy suaves, pero según la melodía la fue invadiendo, su danza se volvió más y más intensa. Hasta hacer unas piruetas extraordinarias y maravillosas. Era un placer para la vista. Sus contorsiones, sus saltos, sus movimientos con los brazos. Todo su cuerpo obedecía a la danza formando un solo ser.
Cuando la música finalizó, se oyó una gran ovación.
Lily, como saliendo de su trance, miró desconcertada, hacia el lugar de donde procedía aquel sonido. Medio escondido entre la maleza, se encontraba sentado, en una gran roca, un simpático fauno que sostenía en sus manos una flauta de la que había salido aquella preciosa melodía.
Se dirigió hacia él.
Muchas gracias por tus aplausos.
No, gracias a ti, por deleitarnos con esa preciosa danza. ¡Eres una bailarina excepcional! ¿Quién te ha enseñado?
Si te soy sincera, no sé cómo ha ocurrido. Simplemente, al escuchar la música algo muy extraño, y a la vez maravilloso, inundó mi cuerpo e hizo que sintiera ganas de moverme. En verdad, no sé ni lo que ha sucedido.
¡Que interesante!, una bailarina innata, esto sí que no se ve todos los días.
¿Innata, qué quieres decir?
Pues que la danza forma parte de tu ser. Nadie te ha enseñado a bailar, y en cambio lo haces divinamente. Has nacido para esto.
¿En verdad lo crees?
Por supuesto que sí. Me lo acabas de demostrar a mí y a todos los demás habitantes del bosque – dijo haciendo una señal en derredor.
Y así era, Lily pudo comprobar, como estaba rodeada por los animalitos del bosque y como las flores, se inclinaban hacia donde ella estaba, para admirarla.
Y como compensación por tan bello espectáculo, te voy a hacer un regalo especial, para alguien a su vez, especial.
Y quitándose del cuello un colgante en forma de caracola en espiral, se lo colocó a Lily en el suyo.
¡Oh! Gracias, es precioso.
Eso no es todo, fíjate bien. Y cogiendo el colgante en sus manos comenzó a tocar suavemente cada uno de los círculos que lo conformaban. Cuando rodeó el último de ellos. De la caracola salió una preciosa melodía.
Lily se quedó atónita. Enseguida sus piernas y todo su cuerpo, comenzaron a moverse. Era como si no pudiera evitarlo. Pero antes de que fuera a más, el fauno silenció a la caracola.
Ahora podrás bailar cuando quieras, y cómo quieras. Pues dependiendo del estado de ánimo en el que te encuentres, así sonará la música.
¡Qué amable has sido! Cómo podría corresponderte.
Simplemente haciendo lo que tan bien sabes hacer, bailar, para que todo el que te mire disfrute con ello. ¿Me lo prometes?
¡Prometido!
Y con una enorme sonrisa, el fauno desapareció tras la maleza.
Lily quiso probar de inmediato, su extraordinario regalo. Así que pasó suavemente sus dedos sobre ella y al instante, surgió una alegre melodía, que la incitó inmediatamente a bailar.
Comenzó dando vueltas y vueltas. Sus brazos se extendían y encogían al compás de la música, sus pies daban saltitos, no muy grandes, pero en conjunto el resultado era en verdad precioso. En uno de aquellos saltos, deseó haber tenido unas alas que la ayudaran a volar, para que sus saltos fueran más complejos. Como por arte de magia sintió en sus pies algo extraño. En la siguiente pirueta el salto fue considerable, haciendo que la danza ganara en belleza y gracilidad.
Cuando hubo terminado, miró sus pies con incredulidad. En ellos se posaban las más bonitas zapatillas que viera jamás. Estaban formadas por diminutas florecillas que se entrelazaban hasta sus tobillos. Se sentó en una roca para contemplarlas mejor, y al mirar la suela, cientos de mariposas se arremolinaban unas al lado de otras. Lo que hacía que pudiera dar aquellos increíbles saltos, pues estas batían sus alas al unísono para que aquello pudiera ocurrir.
Con lágrimas de emoción en sus ojos, se dirigió al bosque, y en voz alta les dio las gracias por aquel maravilloso presente.
Gracias, - dijo con la emoción reflejada en su voz - no creo merecer semejante regalo, pero estoy tremendamente agradecida por ello. Desde hoy prometo venir todos los días a bailar para ustedes.
Todas las flores del lugar, hicieron una reverencia en señal de amistad y gratitud por el bello espectáculo con que las había obsequiado. Los insectos batieron sus alas o agitaron sus cuerpecitos, al igual que las aves y demás animales del bosque. Demostrando así que eran de la misma opinión.
Lily se sintió muy feliz y orgullosa. Y a partir de aquel día acudía todas las tardes a cumplir su promesa. Deleitando a todos los seres del bosque con su bella danza.
Una tarde que estaba en mitad de su baile, pasaron por allí un grupito de hadas que se quedaron extasiadas al verla. Al terminar su danza le aplaudieron entusiasmadas. Lily se sintió muy contenta. Y a partir de ese día se corrió la voz por todo el bosquecillo. Todas las hadas acudían a verla admiradas de cómo lo hacía.
Dentro de las hadas existía un grupito que llevaba la voz cantante. Estas eran:
Amapola, un hada muy bonita, de larga melena negra, que la llevaba adornaba con una diadema hecha por diminutas florecillas de variados colores. Azucena, cuya mata de pelo era tan rubia como el trigo, y la sujetaba con dos trencitas a los lados que recogía en la parte trasera con un pasador hecho con corales. Petunia, cuya larga melena castaña, llevaba siempre recogida en una larga trenza, decorada con originales semillitas, todas blancas. Loto, de facciones muy finas y de ojos rasgados, cuyo pelo cortito, negro como el azabache, le llegaba a la barbilla enmarcando su rostro con un tupido flequillo. Y por último Crisantemo, cuya piel era negra como el ébano, al igual que su larga melena rizada, que adornaba siempre con unas largas hojas trenzadas a modo de diadema, que colocaba alrededor de su frente. Todas eran preciosas. Y las más decididas del lugar. Pero también eran especialmente despectivas con Lily, ya que consideraban que un hada que no pudiera volar, no merecía ser una de ellas, por muy bien que supiera bailar.
El grupito de “Las Cinco”, así las llamaban el resto de las hadas. Se acercaron una tarde, movidas por la curiosidad e incredulidad, ya que hasta sus oídos habían llegado los rumores de la excelente bailarina que era Lily. Y como no daban crédito a lo que oían, quisieron verlo por ellas mismas. Así que, aquella tarde, se apostaron sobre una de las ramas de los árboles, que rodeaban el lago, dispuestas a ver el ridículo que seguramente iba a ser aquella insignificante criatura.
Lily como cada tarde se acercó al lago, y con sus coquetas y especiales zapatillas comenzó a danzar. Al principio sus movimientos fueron suaves, embriagadores, para seguidamente ir aumentando en intensidad y pasión. Esa pasión la iba contagiando a cada movimiento de su grácil cuerpecito.
El grupito de “Las Cinco” se fue quedando más y más perplejo, según Lily continuaba su danza. En verdad, estaban asombradas y extasiadas por lo que sus ojos veían. Pero jamás podrían admitirlo. Tal era el desprecio que sentían por ella.
Así que al terminar Lily su actuación, todas las hadas del bosque aplaudieron menos ellas.
Seguramente su agilidad y destreza se la proporcionan esas extraordinarias zapatillas que lleva –comentó Amapola algo despectiva, intentando disimular su admiración.
¡Por supuesto! -respondió Azucena.
Naturalmente –dijo a su vez Petunia.
Con toda seguridad –corearon Loto y Crisantemo.
Si yo las tuviera en mi poder, podría hacer lo mismo que ella e incluso mejor –prosiguió Amapola.
¡Eso es!, -le respondió Azucena- Esta noche se las quitaremos mientras duerme. Y así mañana podrás demostrarles a las demás hadas, que solamente es un fraude, que sin sus zapatillas no puede hacer nada de nada.
Sí, sí, buena idea, esta noche lo haremos –dijeron las demás entusiasmadas con la idea.
El negro manto que todo lo envuelve llegó por fin. Las estrellas salpicaban el cielo aquí y allá. La luna brillaba en lo alto. Y un grupito de cinco hadas, revoloteaban por el cielo nocturno. Se dirigieron a la casita donde vivía Lily, dentro del tronco de un abedul. Y con gran sigilo se apoderaron de sus zapatillas especiales, que descansaban tranquilamente, en un rincón de la estancia.
Con ellas en las manos salieron por fin, al exterior.
Se acercaron al lago, ya que la inmensa luna se reflejaba en sus aguas, lo que proporcionaba un espacio con mayor claridad que en el resto del bosquecillo. Amapola se dispuso a colocarse las zapatillas, viéndolas de cerca, en verdad, eran preciosas. Finamente entrelazadas y de una delicadeza y belleza exquisitas. Estaba deseando vérselas calzadas en sus pies. Terminó de entrelazar sus cintas y se dispuso a levantarse. Cuando algo ocurrió. De repente, las flores se desprendieron, quedando esparcidas por la tierra y las mariposas que formaban las suelas de las zapatillas, se alejaron volando. De ellas sólo quedó un grupito de flores marchitas y cintas de ramas por los suelos.
¡Qué ha pasado! – preguntaron todas desconcertadas.
No lo sé –respondió Amapola– pero mirad la parte positiva, si yo no puedo usarlas, Lily tampoco. Al final el resultado será el mismo. Mañana se verá, que sin sus zapatillas, no vale para nada.
Tienes razón –dijeron las demás– y entre risitas y sarcasmos se alejaron a descansar cada una a su casa.
La tarde siguiente llegó. Con gran expectación el grupito de “Las Cinco” fueron las primeras en ocupar su sitio en lo alto de las ramas. Se miraban unas a otras con una gran sonrisa de satisfacción en sus labios.
Lily estuvo toda la tarde buscando sus zapatillas, antes de acudir al lago. Pero fue en vano, no aparecieron por ningún lado. No sabiendo que había podido ocurrir, finalmente se dio por vencida, y se encaminó hacia él. A cumplir su promesa, como hacía cada tarde desde que viera por vez primera al fauno, y le diera su palabra de que siempre lo haría. Estaba bastante consternada ya que adoraba a aquellas zapatillas. A parte de por ser un regalo muy preciado para ella, por su belleza, y por lo que podía llegar a hacer con ellas. Pero aún sintiéndose bastante apenada, una promesa era una promesa. Y ella era un hada de una sola palabra.
Llegó al lago, se subió encima del gran nenúfar que reposaba en él. Y colocando sus delicados dedos sobre la caracola, la fue acariciando suavemente. La música que de ella surgió, aquella tarde, era muy triste y melancólica. Como se sentía el corazón de Lily aquel instante. Sus movimientos eran suaves, de una delicadeza extrema. En ellos mostraba la intensidad de los sentimientos que la pequeña y dulce hadita, vivía y sentía en esos momentos y los transmitía con tal intensidad, en su bellísima danza, que todas las hadas emocionadas, la contemplaban sin pestañear, embriagadas por la emoción que su cuerpo les trasmitía. En un momento del baile, Lily hizo una pirueta que conllevaba un gran salto, y como por arte de magia las zapatillas especiales se colocaron en sus pies, haciendo que el salto fuera perfecto. Lily al sentirlas otra vez, se puso loca de contenta, haciendo que la caracola sonara mucho más dinámica y alegre dando como resultado, muchísimos giros y saltos por parte de la hadita. Entusiasmando al público asistente, que la aplaudió más que nunca, al terminar su actuación. Todas se acercaron a felicitarla por el bellísimo espectáculo que les había ofrecido.
Las únicas que no acudieron de todo el bosquecillo, fue como no, el grupito de “Las Cinco”, que en ese momento comprendieron, que Lily era una gran bailarina con zapatillas o sin ellas. Y que éstas habían dejado claro que sólo pertenecían a Lily, y solamente ella tendría el privilegio de usarlas.
Así que con sentimientos encontrados de envidia y admiración se alejaron del lugar.
Pasaron varias semanas desde el incidente de las zapatillas. La rutina diaria del bosquecillo proseguía sin cambios. Lily les deleitaba cada tarde con su danza, y por las mañanas todas las hadas se encargaban de llevar a cabo sus labores. El grupito de “Las Cinco” no había vuelto a ver una actuación de Lily desde aquella tarde. Mientras las demás las contemplaban admiradas. Ellas procuraban mantenerse lo más alejadas del lago que pudieran.
La Reina de las Hadas estaba muy contenta, pues por fin Lily había mostrado una habilidad, y además se había ganado el respeto de las demás hadas sin necesidad alguna de volar. Bueno, le preocupaba un poco la reticencia que mostraban “Las Cinco”, pero pensaba que sería pasajero. Cuando la conocieran mejor seguro que la acabarían aceptando. Pues Lily tenía mucho que ofrecer no solamente su danza.
Cada pocos meses se volvía a repetir la ceremonia de las flores. No era exactamente igual a la ceremonia de las Mil Flores, pues esta sólo ocurría en primavera, y era más que nada para dotar a las nuevas hadas de sus dones. Sino más bien, estas ceremonias consistían, en que la Reina volvía a recargar, por así llamarlo, las alas de las hadas con los polvos mágicos, para que siguieran llevando a cabo su cometido. Faltaban pocos días para que aquello ocurriera, ya que el polvo de hadas, que cada una poseía, estaba poco a poco mermándose. Este era uno de los grandes cometidos de la Reina de las Hadas a parte de los poderes que sólo ella poseía.
La Reina de las Hadas, como cada mañana, fue a visitar cada rincón del bosque para supervisar el trabajo de las demás hadas. Vio los árboles frondosos, las flores lozanas y sus bellos colores brillar con intensidad bajo los rayos del sol. Sobre todo, con diferencia, todas las que estaban a cargo de Lily. ¡Buen trabajo, pequeña! – pensó-.
La gran variedad de insectos y aves bien cuidadas y alimentadas. Y por último, los animales del bosquecillo, todos robustos y con los pelajes brillantes. Ya sólo le faltaba echarles un vistazo a los osos pardos que habitaban una zona algo alejada del bosque. Cuando de improviso, se vio atrapada entre unas enormes manazas, que la aprisionaban con tanta fuerza que le era imposible escapar. Los hechizos que le lanzaba, rebotaban en su gruesa piel, como si de serpentinas se trataran. Impotente, al cabo de unos minutos, se dio por vencida.
Cuando se hizo nuevamente la luz a su alrededor, comprobó que se encontraba a mucha distancia de su amado bosque. Estaba prisionera en una enorme jaula, y un impresionante gigante la miraba divertido, con sus grandes ojos saltones, por entre los barrotes.
¡Hola, querida Reina! – dijo en tono burlón, con una voz tan atronadora que retumbaba por todo el castillo - bienvenida a mi humilde morada. Me llaman Atila, el gigante. Pues por donde paso, jamás vuelve a crecer ni el más minúsculo matojo. Odio los árboles, las flores, la hierba, cualquier signo de vida. Y sobre manera lo que más asco me da, es tu idílico bosquecillo. Cuando lo vi a lo lejos supe que tenía que acabar con él. Quería hacerlo a la antigua usanza destrozándolo todo y arrancando hasta el más humilde matojo. Pero mi fiel amiga Cornelia tuvo una idea mejor, más sutil. Me hará disfrutarlo más, ya que la agonía será lenta e igual de destructiva.
A una señal de su enorme mano, se acercó la más horripilante criatura que la Reina de las Hadas viera jamás. Era una gigantesca araña negra como el carbón, con las patas llenas de pelos, ojos saltones y mirada inquietante.
Te presento a Cornelia la única criatura que soporto – prosiguió el gigante. Me ha servido de espía estos meses, y por eso sé como funciona tu bosque. Y que sin ti estarán perdidos. Eso me encanta. Voy a disfrutar muchísimo, viendo como agoniza poco a poco todo ser viviente de tu adorado bosque. Y cuando acabe con él, tú serás el postre de Cornelia, por haberme servido bien. ¿Te gustaría preguntar o añadir algo?
Pero la Reina de las Hadas mantuvo altiva su tez, y sin pronunciar palabra aguantó la mirada del gigante, que cada vez se fue volviendo más y más feroz, ante el mutismo de la Reina.
¡Acabaré con tu altanería, ya lo verás! - dijo dando un fuerte manotazo a la jaula que mantenía prisionera a la Reina. Ésta cayó al suelo dándose un buen batacazo, una de sus alas quedó mal herida. No la podía mover, el dolor era insoportable, y casi al instante quedó inconsciente por un buen rato.
¡Así aprenderás! Dándose media vuelta, el gigante, se alejó de la jaula.
Llegó la noche, y en el bosquecillo nadie había vuelto a ver a la Reina de las Hadas. La preocupación empezó a expandirse como una gran sombra que todo lo envuelve.
¿Dónde estará? – se preguntaban muchas.
¿Le habrá pasado algo malo? – decían algunas.
¿Qué haremos si no vuelve? - se oía aquí y allá.
¿Qué será del bosque y de todas nosotras? – rumoreaban unas y otras.
¡Basta ya! – gritó enfadada Amapola – esperaremos hasta mañana. Ya es de noche y no podemos hacer nada. Si no tenemos noticias suya mañana. Iremos a buscarla nosotras cinco. ¡Y ahora cada una a su casa! Mañana será un día duro.
Las demás hadas se fueron retirando entre murmullos. La preocupación era palpable.
Cuando se quedaron a solas Azucena preguntó:
¿En verdad crees, que si no le hubiera ocurrido nada malo, no estaría ya de vuelta?
Lo sé, lo sé, pero no podemos hacer que cunda el pánico. Está claro que algo ha ocurrido y que no ha sido nada bueno. Mañana nos pondremos en camino. ¡La encontraremos! No os preocupéis, haremos lo que haga falta para devolverla a casa. Respondió Amapola tratando de tranquilizarlas.
Y ahora vayámonos a dormir. Mañana habrá mucho que hacer.
Todas se despidieron y cada una se fue a su hogar. Pero ninguna de las hadas de aquel bosquecillo pudo aquella noche conciliar el sueño. Presentían que algo horrible, comenzaba a suceder.
Lily había permanecido oculta tras unas ramas, y había oído la conversación que mantuvieron “Las Cinco”. Y se propuso a sí misma que ella también iría en busca de la Reina, y ayudaría cuanto pudiera.
A la mañana siguiente todo el bosque estaba en pie al alba. Nada se sabía de la Reina.
Amapola tomó el mando. Organizó una búsqueda entre las hadas, los animalitos, aves e insectos del bosque. Y les pidió que buscaran por todos los rincones, por si pudiera estar herida e indefensa. Todos partieron en su busca. Pero al llegar la noche y reunirse en el punto acordado, nadie tenia noticias esperanzadoras que dar.
Así que Amapola tomó una decisión, a la mañana siguiente “Las Cinco” partirían en su búsqueda saliendo de la linde del bosque.
¡Pero no sabemos hacia dónde dirigirnos! – dijo angustiada Loto.
Todas guardaron silencio. Era la pregunta crucial, ¿hacia dónde se dirigirían?
El amanecer volvió a cubrir el cielo nuevamente, sin novedad alguna sobre la Reina.
El grupito de “Las Cinco” ya estaba preparado. Llevaban mochilas con provisiones.
Antes de irse, Amapola habló al bosque para infundirles ánimos:
No os preocupéis. La traeremos de vuelta. ¡Os lo prometo! Continuad con vuestra labor cuidad y proteged el bosque. Y si tenéis alguna noticia no dudéis en enviarnos a alguien a avisadnos. Nos dirigiremos hacia el sur. ¡Ánimo la traeremos sana y salva!
¡Sí, sí la traeremos! – gritaron el resto: Azucena, Crisantemo, Petunia y Loto.
¡Sí la traerán!, comenzaron a gritar las demás hadas con la moral más alta. Y así entre gritos y aplausos se fueron alejando.
Al pasar por una zona del bosque oyeron a alguien que las llamaba desde el suelo.
¡Esperad, yo también voy!
Al mirar hacia abajo se encontraron con Lily que llevaba colgada a sus espaldas una mochila.
¡Pero qué dices insensata, cómo puedes pensar que te dejaremos venir con nosotras! No ves que solo serás un estorbo. No puedes volar, y lo único que puedes hacer es retrasarnos la marcha. Así que olvídalo – la espetó Amapola.
Pero no lo sabéis, quizás pueda serviros de ayuda. No pienso desistir. Estoy decidida a ir.
¿Ayuda, que piensas hacer, danzar un poco para entretenernos? ¡No nos hagas reír! Quizás el baile te haya servido para hacerte con nuevas amigas, pero es inútil para lo demás. Así que no nos hagas perder más tiempo, y vuelve a tu nenúfar que es dónde tienes que estar.
Y sin decir nada más, entre burlas y risas la abandonaron. Emprendiendo el vuelo otra vez.
Lily no se dio por vencida. “Pues las seguiré quieran o no” – pensó. Y pasito a pasito las siguió.
Cuando llevaban un buen rato volando, y ya habían salido de la linde del bosque, se encontraron a un abejorro que venía volando en dirección contraria.
¡Hola amigo abejorro! –le dijo Amapola-, por casualidad sabrías decirnos algo del paradero de la Reina de las Hadas. Es que lleva dos días desaparecida y no sabemos nada de ella.
Ahora que lo mencionas – dijo el abejorro. El otro día mientras libaba una preciosa margarita. Oí como dos tulipanes y unas petunias tenían una conversación sobre un malvado ogro, venido de otros lugares, por los que iba sembrando el caos y la destrucción. Y me pareció oír que había echo una prisionera en un bosque algo alejado.
¡Quizás sea nuestra amada Reina –dijo Crisantemo.
Lo más probable –respondió Amapola.
Dinos por favor, cómo llegar al castillo de ese malvado ser – suplicó Loto.
Bueno sólo les puedo indicar que está más hacia el sur. Seguid esta dirección y en dos o tres días llegaréis allí.
Muchas gracias. Te estamos muy agradecidas.
De nada. ¡Qué tengáis suerte!
Y alejándose del abejorro continuaron su camino.
Lily en principio, las seguía a corta distancia, porque las hadas al no estar segura de la dirección tomada volaban algo despacio. Pero al tener la certeza de que aquel era el camino, apresuraron la velocidad. Dejando a Lily cada vez más rezagada. Hasta que por fin las perdió en la distancia.
Lily continuó avanzando sin desfallecer, de vez en cuando tenía que subir alguna roca para sortearla, lo que retrasaba más y más su avance. Hasta que una tarde, ya agotada, se sentó en una pequeña piedra a descansar. Las lágrimas poco a poco fueron invadiendo sus mejillas, al comprobar que, efectivamente no podía hacer nada.
- Lo siento mi amada Reina – se dijo para sí. Pero “Las Cinco” tenían razón sólo soy un estorbo. Nunca llegaré a ser un hada como las demás. No podré ayudarte.
Y sin poderlo evitar, amargamente lloró y lloró desconsolada. En ese instante sucedió, sintió algo conocido que acariciaba sus pies y al mirar, entre lágrimas, pudo observar a sus queridas zapatillas que habían venido en su ayuda.
¡Oh, muchísimas gracias! Ahora podré tener una oportunidad.
Y contentísima prosiguió su camino. Esta vez avanzaba muchísimo más rápido, ya que con las zapatillas iba volando a unos setenta centímetros más o menos del suelo, que es la altura máxima que sus zapatillas podían alcanzar. De vez en cuando sorteaba alguna rama más alta que otras que encontraba en su camino. Pero al cabo de unas horas de vuelo, divisó a lo lejos al grupito de hadas. Aceleró la velocidad para alcanzarlas lo antes posible. De pronto, algo inesperado ocurrió, haciendo que parara su vuelo en seco.
Contempló como algo detenía bruscamente a las hadas, atrapándolas en el aire. Se debatían por zafarse pero era inútil. Cada vez iba a peor, quedando más y más sujetas. Cómo si de marionetas se tratasen. Algunas de ellas quedaron con las alas sujetas en posturas grotescas. Sostenidas por los pies con las cabezas colgando hacia abajo. Otras quedaron de espaldas. Intentaban resistirse hasta que impotentes desistieron. Mostrando una imagen desoladora. Tan indefensa y vulnerable.
Lily después de sobreponerse por la impresión aceleró su vuelo lo más que pudo. Al llegar bajo ellas, les gritó:
- ¡Amapola, Crisantemo, Azucena estoy aquí abajo!
Las hadas trataron de mirarla, pero solo las que estaban boca abajo lo lograron.
- ¡Lily! –gritaron contentas.
Nos alegra que no nos hicieras caso y nos siguiera – le dijo Amapola – estamos atrapadas y no sabemos qué es lo que nos aprisiona.
¡Qué puedo hacer por ayudaros!, mis zapatillas no me permiten volar más alto.
No te preocupes por nosotras. Ahora nuestra prioridad es la Reina. La tiene atrapada un malvado ogro, en un castillo unos kilómetros en esta dirección. Intenta ayudarla, ella sabrá qué hacer con nosotras. Lily – continuó Amapola, con voz emocionada - ¡Eres nuestra última esperanza! ¡Confiamos en ti! Y sobre todo, y lo más importante confía tú en ti misma.
Sí, sí – corearon las demás – confiamos en ti Lily. ¡Tú la salvarás!
Lo intentaré. No, lo lograré – dijo con convicción - ¡Os lo prometo!Y retomando el vuelo se alejó a toda prisa. Mientras oía los gritos de ánimo de “Las Cinco” mientras se alejaba.
Tardó varias horas en llegar ante un impresionante castillo, era inmenso y lo rodeaba un profundo lago. Al estar situado encima de una colina, a Lily le era imposible llegar volando sobre sus zapatillas ya que éstas no podían elevarse tanto.
Lily se sintió bastante decepcionada y desesperada pues no sabia que podía hacer ahora. Y se sentó en una pequeña piedra a meditar. La noche ya había extendido su negro manto y una preciosa luna llena brillaba en lo alto. Miró hacia ella, cuando la vio, la más horrenda y enorme criatura que viera jamás, estaba tejiendo una telaraña alrededor de todo el castillo. Si no fuera porque a veces la luna se reflejaba en sus hilos, hubiera permanecido oculta totalmente, parecía invisible. En ese momento Lily cayó en la cuenta de que aquella horrible tela era lo que tenia atrapada a las hadas. ¡Era del todo imposible, atravesar el castillo volando!, menuda trampa mortal si hubieran llegado las hadas hasta allí. Así que Lily, se acercó al castillo con mucho sigilo para que la laboriosa criatura no la descubriera. Al acercarse más al lago, se dio cuenta de que unas finísimas cañas a penas sobresalían de él y llegaban hasta la misma puerta del castillo. Creyó tener la solución. De un salto colocó sus piernecitas encima de la más cercana a la orilla. Pero la caña comenzó a doblarse enseguida bajo su peso. Inmediatamente comprendió, que tenía que llevarlo a cabo de otra manera. Así que, comenzó a danzar de una caña a otra, ayudándose con los brazos para aguantar el equilibrio. Poco a poco apoyándose en un solo pie y con una preciosa danza consiguió llegar a su destino. Atravesó la gran puerta y se encontró en un enorme salón. Todo a su paso era gigantesco. En el suelo se encontraba un gran alfiletero repleto de larguísimas y afiladas alfileres.
Al fondo divisó una enorme cama en la que dormitaba un inmenso gigante, sobre su cabeza se balanceaba una jaula de considerable tamaño, en la que pudo apreciar a su adorada Reina que permanecía sentada, con las manos apoyadas en las sienes, en una actitud cabizbaja y pensativa.
No te preocupes, amada Reina, yo te sacaré de ahí – dijo en un susurro imperceptible.
Y acelerando su vuelo, se acercó a la cama del gigante. Ayudada por sus zapatillas, y agarrando con sus manos la manta que la cubría, fue poco a poco escalando por ella.
Al llegar, no sin esfuerzo, a la parte de arriba de la cama se acercó al cinturón del gigante, impresionaba tenerlo tan cerca. En él tenia colgado una inmensa llave hecha de metal. Con enorme sigilo la fue sacando poco a poco, de vez en cuando se secaba el sudor que corría por su frente debido al enorme esfuerzo que estaba realizando. ¡Por fin, lo logró!, ya la tenía en sus manos. Pesaba considerablemente, así que con todas sus fuerzas trataba de mantenerla para que no cayera. Lo siguiente era avisar a la Reina de que estaba allí abajo, y de que tenía su libertad en sus manos. Comenzó a silbar muy suavemente para que la Reina saliera de su ensimismamiento y se fijara en ella. Después de varios silbidos lo consiguió, la Reina de las Hadas sacó su cabeza por entre los barrotes. Al verla su cara se iluminó de júbilo, y más al comprobar lo que Lily sostenía entre sus manos.
Con sus poderes bastante mermados, por el daño sufrido en una de sus alas, procuró concentrarse, y batiendo su ala sana, un polvito dorado surgió de ella. Fue lentamente descendiendo hasta posarse sobre la llave, y muy despacito ésta comenzó a levitar, hacia el lugar en el que estaba atrapada la Reina. Lily al ver aquello comenzó a saltar de alegría sin darse cuenta que lo estaba haciendo sobre la inmensa barrigota del gigante. Éste comenzó a desperezarse. Al sentir los movimientos del inmenso ser, Lily tuvo una idea. Se acercó a la oreja del gigante y depositó su colgante de caracola, habiéndola hecho sonar previamente, con una dulce melodía muy hipnótica.
Al poco el gigante daba tremendos ronquidos otra vez. Muy aliviada miró hacia arriba, la Reina en ese instante tras girar la llave, volaba libre de nuevo. Aunque con bastante dificultad, debido a su ala destrozada. Más de pronto ocurrió, a Lily se le paralizó la sangre al ver lo que sus ojos mostraban. Como si surgiera de la nada, abalanzándose desde las alturas, la formidable criatura cogió a la Reina entre sus peludas y asquerosas patas. La Reina se debatía sin poder hacer nada. Y Lily impotente, contemplaba la escena llena de pavor. Por mucho que la Reina trataba de resistirse y contorsionar su cuerpo para zafarse, era inútil. Parecía un diminuto ovillo entre las zarpas de un enorme gato. La Reina supo que se acercaba su fin, y su cuerpo, antes de entregar su último aliento, dejó brotar de sus alas parte de su esencia, de su vida, en forma de gotas de una transparencia inusitada. Éstas cayeron sobre las alas de Lily, que con lágrimas de impotencia y desesperación, miraba desde abajo. Al instante algo sucedió, todo lo que había estado pensando Lily en aquellos duros momentos, “ojalá pudiera volar, por qué no puedo volar, por qué”, se preguntaba abatida entre amargos sollozos, cobró vida. Sus alas comenzaron a agitarse velozmente, sin pérdida de tiempo, y saliendo en seguida del trance en el que se encontraba, trató de hallar una solución. Su mente bullía tan deprisa, que las imágenes de lo que debía hacer se sucedieron rápidamente. Sin pérdida de tiempo se acercó al enorme alfiletero, cogió una de las inmensas alfileres, y salió precipitadamente al exterior.
La luna, como acudiendo en su ayuda, le iluminó varios de aquellos hilos mortales, y Lily con determinación y destreza corto uno bien largo. Volvió nuevamente al interior del castillo, y sin dudar ni un segundo le clavó por la espalda el alfiler a la bestia con todas sus fuerzas. Ésta cogida por sorpresa profirió un agudísimo chillido de dolor, soltando a su presa. La Reina de las Hadas cayó sobre el filo de la cama del gigante, como si de una muñeca de trapo se tratase. Lily sin dejar tregua, agarró el grueso hilo y volando velozmente fue dando vueltas y vueltas sobre la malvada criatura. Atrapándola, sin posibilidad alguna de moverse.
¡Prueba de tu propia medicina!, criatura inmunda – le espetó Lily orgullosa de sí misma.
Seguidamente se acercó a la Reina, y con mucha suavidad la ayudó a incorporarse.
No se preocupe, mi querida Reina, yo la sacaré de aquí.
Gracias Lily, sabía que estabas destinada a hacer algo grande. Y lo has hecho, me has salvado la vida – dijo la Reina con enorme gratitud y apenas sin fuerzas.
No ha sido nada. Solo cumplía con mi deber.
La Reina acarició suavemente la mejilla de Lily. En lo más profundo de su ser siempre había creído en aquella maravillosa hadita, que contaba entre sus muchas virtudes, la de ser humilde también.
Antes de irse la Reina pidió a Lily que la acercara al oído del gigante. Así lo hizo Lily, al llegar allí la Reina, no sin esfuerzo, batió su ala buena desprendiéndose un finísimo polvo grisáceo que fue directo a la caracola introduciéndose en ella.
Puedo preguntar qué ha hecho – dijo Lily desconcertada.
Claro que sí. Esto servirá para que la caracola continúe tocando para siempre, y así, este malvado gigante permanezca en un sueño eterno. ¡No volverá a hacer daño nunca más!
¡Fantástico, magnífica idea! – respondió Lily con gran regocijo.
Y apoyando a la Reina en sus hombros salieron de allí volando. Volaron bajo, casi rozando el lago, para no quedar atrapadas entre la tupida telaraña que cubría todo el castillo.
Tras varias horas de vuelo, llegaron al lugar donde se encontraban inmóviles las cinco hadas. Lily depositó a la Reina en la rama de un árbol cercano. Ésta la detuvo:
¡Espera!
Y haciendo batir nuevamente su ala sana, hizo que una brillante luz surgiera de ella y fuera a posarse en la mano de Lily. Con ésta en su mano el hadita descendió hasta las hierbas que poblaban el suelo, encontrando lo que necesitaba, regresó donde estaban las hadas.
Con mucho cuidado alumbró la invisible tela de araña, mostrándose al instante, y para no enredarse en ella, actuó con bastante prudencia. Con la ayuda de la zarza que había arrancado, fue cortando poco a poco los hilos que las aprisionaban, hasta liberar a todas por completo.
¡Cracias Lily, nos has salvado la vida! Te estaremos eternamente agradecidas – dijo Amapola en nombre de todas – Sabemos que nos hemos portado muy mal contigo, pero si nos perdonas y aceptas, puedes contarnos para siempre entre tus nuevas amigas – prosiguió muy avergonzada y arrepentida.
¡Gracias Lily! – se oyó decir a las demás. Por favor perdónanos.
¡Por supuesto que sí! – fue la respuesta que dio Lily.
Y entre abrazos y besos, se acercaron a la Reina que miraba emocionada la escena.
Sabía que lo conseguirías, ¡eres extraordinaria! – añadió Amapola al ver a la Reina sana y salva sobre la rama.
Todas se acercaron a ella y entre las seis la llevaron de vuelta a su amado hogar.
Pasaron varias semanas desde que la Reina volviera. Ya estaba totalmente restablecida, su ala rota volvía a ser la de antes. Y del paisaje un tanto desolador, que encontraron a su vuelta ya no quedaba ni rastro. Pues las hadas que se habían quedado para protegerlo, al faltarles sus reservas de polvos mágicos nada pudieron hacer. Pero eso era ya agua pasada, al regresar la Reina todo volvió a ser como antes. Lily continuó cuidando sus amadas flores, y las demás hadas prosiguieron con sus quehaceres.
Para celebrar que todo había terminado bien se organizó una gran fiesta.
A la Reina de las Hadas, le construyeron un precioso trono hecho de ramas y flores que colgaron a modo de columpio entre las ramas de dos árboles. Era la mejor vista del lago. Las demás hadas se colocaron alrededor de él. Y los animalitos del bosque e insectos ocupaban las inmediaciones para no perder detalle. Todas las flores enfocaban sus tallos hacia aquel lugar.
Encima de unas rocas, cerca del lago, se encontraba Amapola con una anea (especie de junco) a modo de micrófono, pronunciando estas palabras:
Hoy nos hemos reunido aquí para festejar la vuelta sana y salva de nuestra amada Reina. Todo se lo debemos a nuestra querida Lily, sin ella ninguna estaría hoy aquí. Por eso le estaremos eternamente agradecidas. Públicamente quiero pedirle perdón en nombre de “Las Cinco” por nuestro pésimo comportamiento con ella. En verdad, es un hada excepcional, aunque ahora pueda volar, también lo era cuando no podía, aunque nosotras, en nuestra terquedad y necedad, no pudiéramos apreciarlo. Por eso te pedimos que nos perdones y que nos aceptes para siempre como tus incondicionales amigas. Cómo muestra de esta incipiente amistad, queremos ofrecerte este regalo. Deseamos de corazón que te guste, pues hemos trabajado duro para poder llevarlo a cabo, y te lo ofrecemos de corazón. Al perder uno de tus queridos tesoros, tu caracola, hemos intentado compensártelo de esta manera. Ojalá podamos conseguirlo, y siempre que quieras y te apetezca allí estaremos nosotras. Y sin más preámbulos os presento a: “La extraordinaria y maravillosa Lily, acompañada por su pequeñísima orquesta”.
A una señal de Amapola, unas hadas que estaban subidas encima de unas ramas, descorrieron una cortina de multicolores flores entrelazadas unas con otras. El espectáculo que dejaron a la vista era sumamente especial. En una esquina se encontraba una gran seta, a modo de asiento, delante de ésta se encontraba un piano hecho de coral, cuyas teclas lo formaban caracolas de muchísimos colores. Azucena llevaba en sus manos una larga flor, que llamaban trompetilla, a modo de clarinete. Petunia sostenía un contrabajo, realizado con el caparazón de una tortuga, cuyo traste era de madera de arce. Crisantemo apoyaba en su barbilla, un violín hecho con el armazón de un armadillo, y cuyo arco estaba realizado con la flexible rama de un junco. Y por último, Loto sostenía entre sus piernas, una impresionante arpa, cuyo armazón era un viejo tronco. Todas las cuerdas de los instrumentos eran de seda, una muy especial, elaborada por los gusanos tejedores. La más resistente del lugar.
A otra señal de Amapola, un numeroso grupito de luciérnagas, enfocaron a Lily, que permanecía sentada entre las hadas alrededor del lago. Asombrada por lo que oía, y por lo que sus ojos le mostraban. Al verse enfocada por aquella luz, se quedó paralizada por la sorpresa, y no reaccionó hasta que oyó la voz de Amapola que la llamaba:
¡Lily, vamos, tu público te espera!
Amapola se dirigió a la seta, se sentó en ella, y al tocar la primera nota las demás la siguieron al compás. La música sonaba de maravilla.
Lily llegó volando hasta el lago. En él, además del gran nenúfar, estaban dispuestos otros más pequeños alrededor. Se situó en el de mayor tamaño, y al instante, sus queridas zapatillas aparecieron ante ella. En verdad ya no las necesitaba, pero bailar sin ellas era del todo impensable. Así que, tras colocarse en sus pies. Y bajo la atenta mirada, y la expectación de todo el bosquecillo, Lily comenzó a danzar. Cómo solo ella sabía hacer, entregando un pedacito de su corazón con cada una de las maravillosas y extraordinarias piruetas, que su grácil y armonioso cuerpecito, no paraba de realizar.