Ompi y la Flor Azul
Ompi se levantó temprano como todos los días, tenía que hacer la comida aunque antes debía preparar el desayuno para sus queridos hijitos cuatro ratoncitos que todavía dormían plácidamente. Se desperezó metiéndose en el baño y después de asearse recogió su hermosa mata de pelo en una coleta y se puso un pañuelo en la cabeza, seguidamente se pintó los ojos y los labios no sin antes ponerse sus cremas en la cara ya que Ompi era muy presumida y le gustaba mucho cuidar su aspecto.
Ya preparada bajó a hacer sus quehaceres. Al rato se despertaron sus dos hijas May y Lia entrando en la cocina muy sonrientes le dieron un beso a mamá y le ayudaron a preparar el desayuno, no había pasado mucho tiempo cuando entraron Nalo y Arlo hambrientos, se comieron toda la comida sin dejar ni siquiera las migas, ya que Ompi cocinaba muy bien.
May y Lia ayudaban a mamá a recoger la casa, una se encargaba de ordenar y limpiar el salón y los dormitorios, mientras la otra hacía lo mismo con los baños, a Nalo le tocaba hacer la compra y Arlo como era el más pequeño cuidaba del jardín, arrancando las malas hierbas.
Aquella mañana mientras lo hacía vio su pelota favorita y no pudo resistirse dándole una fuerte patada, pero la mala suerte hizo que fuera a parar a la rama del árbol más alto del jardín; rápidamente trepó por él y tras algún esfuerzo consiguió cogerla, se disponía a bajar cuando escondido tras una hoja pudo ver un extraño fruto parecido a una avellana pero lo que llamó poderosamente su atención fue el extraño color de aquella ya que era de un azul muy brillante; no pudiendo resistir la curiosidad se la comió de un bocado, no estaba mal, pensó, era dulcita con un puntito amargo y así con el sabor todavía en su boca bajó del árbol.
Ompi estaba haciendo un riquísimo potaje de garbanzos y necesitaba un poco de perejil para terminar de darle su toque y se dirigió al jardín a recoger un buen puñado de su pequeño huerto que estaba muy bien surtido, salió por la puerta de la cocina recogió un buen manojo y decidió arrancar de su jardín unas preciosas margaritas para alegrar la cocina, al llegar a él palideció de golpe, tiró al suelo el ramito de perejil y corrió al encuentro de su hijo Arlo que yacía en el suelo inconsciente, rápidamente lo cogió en sus brazos y lo llevó al salón acostándolo en el sillón y llamando alarmada a sus hijas que en seguida aparecieron haciéndole mil preguntas; por más que trataban de despertarle no hubo manera y Ompi sin más tardanza llamó al Sr. Búho, el médico del bosquecillo, que además de ser un animal muy competente era muy sabio.
El Sr. Búho se presentó a los pocos minutos y después de auscultarlo se percató de que Arlo tenía algo aprisionado en su mano se la abrió con cuidado y descubrió un pequeño tallo de color azul, en seguida lo comprendió todo.
- Este es el tallo de un fruto muy raro y difícil de encontrar pues sólo florece cada cien años - dijo el Sr. Búho - y a la vez es muy venenoso.
Ompi al oír esto tuvo que sentarse pues sintió flaquear las piernas.
- No obstante - continuó el Sr. Búho - hay un antídoto que se encuentra en lo más alto de las Montañas Gemelas al final del “ Bosque Profundo” es una flor azul con destellos de plata que encierra en sus raíces el ansiado líquido sanador, hay que desenterrarla con sumo cuidado pues el saquito donde lo contiene es muy frágil.
Y así prosiguió informando a la Sra. Ompi de lo que debía hacer al encontrarla y como debía prepararlo.
Al terminar el doctor con su explicación Nalo exclamó:
- Yo iré mamá, no te preocupes te la traeré. Pero Ompi trayéndolo hacia sí lo abrazó con fuerza y le contestó:
- Te lo agradezco mucho hijo, sé que lo harías muy bien, pero te necesito aquí al cuidado de tus hermanas, iré yo y ya veréis como regresaré antes de que se cumpla el plazo. Ya que el doctor les había informado que debía tomarse el antídoto antes del amanecer del catorceavo día si no nunca más despertaría.
Así que Ompi sin perder ni un segundo más del escasísimo tiempo que tenía, partió hacia el “Bosque Profundo”.
Estuvo caminando durante dos días sin parar ni siquiera para comer, sólo descansaba para dormir durante unas horas y continuaba su marcha; al tercer día surgió ante ella un lago de cristalinas aguas se acercó para beber y refrescarse un poco, cuando oyó unos gemidos que salían de una maleza cercana, se aproximó y pudo ver a un hermoso unicornio que se lamía un feo corte en su patita derecha se acercó y al observarla de cerca comprendió, ya que tenía conocimientos de enfermería, que necesitaría una buena sutura con varios puntos, a pesar de la prisa que tenía su buen corazón no le permitía alejarse sin prestarle ayuda alguna y arrodillándose ante él sacó su cajita con todo lo necesario ya que no salía nunca sin ella y se dispuso a curarlo.
Mientras lo hacía le fue contando el motivo de que ella estuviera allí; al terminar el unicornio se lo agradeció muchísimo pues sabía lo que aquella demora significaba para ella.
Continuó su camino bastante angustiada pues llevaba tres horas de retraso; los siguientes dos días no paró ni para dormir intentando recuperar el tiempo perdido. A pesar de todo se sentía satisfecha por haber podido ayudar a aquella preciosa criatura.
Estaba ya bastante cansada cuando en un claro que se extendía enfrente de ella oyó el jadeo de alguien en apuros, se acercó viendo al fondo de un profundo foso un zorrito que se esforzaba por salir.
Se compadeció de él y ofreciéndole su ayuda con mucho esfuerzo le acercó un larguísimo tronco que encontró medio oculto detrás de un gran árbol. El zorrillo con gran agilidad logró trepar por él y ponerse a salvo. Se presentó y dijo llamarse Cobre y que llevaba dos días desesperado en aquel agujero, Ompi por su parte le contó por qué estaba allí y Cobre enseguida le propuso:
- ¡ Vamos, súbete encima de mí, ya verás qué pronto llegarás!.
- ¡ Oh gracias!, pero no puedo hacer eso.
- Cómo que no, yo soy muy fuerte y veloz y así podrás descansar mientras yo recorro el camino, además déjame corresponderte por haberme ayudado y si todavía te queda alguna duda piensa en tu hijito, has tardado media hora en salvarme y esto ha retrasado tu marcha sin contar que estás demasiado agotada para negarte.
- De acuerdo, de acuerdo me has convencido – respondió Ompi – espero no ser demasiada carga para ti.
- Para mí, ¿bromeas? Estás hablando con el gran Cobre y arrodillándose le ayudó a subirse.
Ompi con una gran sonrisa subió a su lomo, no había terminado de acomodarse cuando Cobre partió velozmente.
Al abrir los ojos Ompi pudo ver dos altísimas montañas en frente de ella eran las ¡ Montañas Gemelas! No podía ser, ya estaban allí unos pocos metros y estarían a sus pies.
- Gracias Cobre, sí que eres veloz, velocísimo.
- No ha sido nada, pero temo que no me queden más fuerzas para poder llevarte a la cima.
- No te preocupes he descansado lo suficiente y llegaré sin ningún problema.
Al acercarse vieron a dos feroces alimañas que trataban de devorar a un pequeño pajarillo que piaba desesperado. Sin pensarlo dos veces Ompi, bajó de un salto del lomo de Cobre cogió algunas piedras y se las lanzó a las fieras con extraordinaria puntería dejándolos abatidos y con el rabo entre las patas salieron corriendo nada más recuperarse.
Ompi se acercó al pobre pajarillo y lo atrajo hacia su pecho calmándolo con pequeñas y suaves caricias, al momento se levantó un fortísimo viento que casi la tira al suelo y cuando pudo abrir los ojos se encontró de frente con el Águila más grande que había visto nunca.
Su primera reacción fue de temor pero el Águila le habló:
- No temas, es mi pequeño que se ha caído del nido y desde las alturas he podido ver lo que ha sucedido, creí que no llegaría a tiempo cuando has aparecido tú, te estaré eternamente agradecida, pídeme lo que quieras.
Ompi enseguida le contó su historia y ésta cogiéndola con el pico muy suavemente se la montó a la espalda y recogió a su polluelo.
Remontó el vuelo abriendo sus enormes alas dejó a su hijo a salvo en el nido y siguió subiendo y subiendo hasta llegar a lo más alto de la montaña.
Ompi estaba encantada, aquello era estupendo, la sensación del aire fresco en la cara de ver todo a vista de pájaro como si todo encogiera de repente, sentir en el pecho una opresión difícil de explicar pero tan maravillosa a la vez, volar era realmente increíble.
Al llegar a la cima vio bajo ella un manto de un azul intenso con preciosos destellos plateados, era una imagen inolvidable. El Águila con extrema delicadeza se posó sobre ellas y Ompi con mucho cuidado desenterró una de ellas guardándola en un recipiente que había traído para protegerla de algún golpe.
Cuando bajaron otra vez a tierra Cobre estaba plácidamente dormido pues el agotamiento lo había vencido.
Ompi se despidió con gran afecto del Águila y comenzó el camino de vuelta sin despertar a Cobre, ya que necesitaba descansar, en cambio ella se sentía plena de fuerzas y entusiasmo ya que consigo llevaba la salvación para su pequeño; a esto había que añadir que gracias al Águila y a su amigo Cobre y a su velocidad había ganado un día por lo que tenía tiempo de sobra para llegar a casa.
Anduvo durante dos días descansando únicamente para dormir ya que ahora no estaba Cobre para llevarla. Al tercer día despertó al oír una voz amiga que le decía:
- Buenos días dormilona, ¿ preparada para continuar nuestro viaje?.
De un salto Ompi se puso en pie y abrazó el cuello de su querido amigo.
Lo pasaron muy bien mientras duró el trayecto, hablaban, se reían y descansaban de vez en cuando ya que tenían tiempo suficiente.
Así llegaron hasta la zona del claro donde se habían conocido y con profunda tristeza llegó la hora de la despedida, ya que Cobre no podía seguir más allá pues aquel era su hogar y Ompi nunca se lo habría permitido.
Se abrazaron y con lágrimas en los ojos reanudaron el camino, pero esta vez cada uno fue por su lado.
A Ompi le faltaban solamente tres días para llegar a casa y todavía le sobraría uno para cumplirse el plazo.
Así más animada continuó su viaje ahora en solitario.
La mañana amaneció algo nublada seguramente llovería, pero a nuestra amiga no le preocupaba lo más mínimo pues al día siguiente ya estaría en casa con sus amados y muy añorados hijitos.
En efecto había tenido razón enormes goterones de lluvia caían en aquel momento; bastante empapada continuó su camino cuando de pronto cayó al suelo, bastante dolorida su piernita, había quedado atrapada en un pequeño pero profundo agujero que no había visto, la sacó con cuidado y se la palpó no tenía nada roto ¡ menos mal! Pero sí estaba algo dolorida; se dio un ligero masaje y continuó caminando.
Al cabo de unas horas el dolor ya era considerable, recogió una pequeña rama para apoyarse en ella y prosiguió.
Aquella noche paró unas horas antes de lo habitual pues el dolor iba en aumento y le vendría bien el descanso.
Al despertar e intentar ponerse de pie ¡ horror! el pie le dolía muchísimo no era capaz de apoyarlo en el suelo. ¿ Qué haría? se angustió ¿ Cómo caminaría así? pero en seguida reaccionó, no podía dejar que le venciera la desesperación, su hijito la necesitaba así que sacando fuerzas desde lo más profundo de su ser reanudó la marcha, apoyándose en la rama y arrastrando el pie herido.
Pero por más que lo intentaba su paso era muy lento aún así no flaqueó, pasito a pasito avanzaba, sin embargo la ventaja de la que disponía se le agotó, tardó los dos días que le quedaban en llegar al lago. Ya sólo faltaban tres horas para que su amado Arlo no despertara jamás. Entonces toda la desesperación que intentó ocultar la embargó por completo y empezó a llorar desconsoladamente, así llevaba un rato cuando sintió que algo suave y cálido rozaba su mejilla, al levantar la vista empañada por las lágrimas se encontró con el unicornio que la miraba con ternura.
- ¿ Qué te ocurre Ompi?.
Ompi se lo contó y le mostró su patita mal herida y él con su cálida voz le dijo:
- Súbete encima de mí todavía hay tiempo.
Así lo hizo Ompi ayudada por la criatura pues su pie era ya una masa hinchada casi sin forma.
El unicornio partió veloz, no llevaba muchos metros recorridos cuando de pronto dos preciosas alas se desplegaron de sus costados, transportándolos por el aire a gran velocidad.
Ompi se agarró fuertemente a sus crines y al mirar unos cuantos minutos más tarde hacia abajo pudo ver su acogedora casita surgir de entre las nubes, se puso como loca de alegría mientras se posaban con suavidad en el jardín, se despidió de su nuevo amigo llena de gratitud y entró sin perder ni un segundo más en su casa. Sus hijos al oírla corrieron a su encuentro abrazándola y colmándola de besos, ella intentando mantenerse de pie les pidió que le ayudaran a llegar a la cocina, pues apenas había ya tiempo, así que apoyándose en sus hijos entró en ella
Le pidió a May que pusiera un caldero con agua al fuego; mientras ella abría con mucho cuidado el recipiente que contenía la flor azul y limpiaba con suavidad sus tallos dejando al descubierto un saquito transparente que contenía el preciado antídoto, siguiendo las instrucciones que le había dado el doctor, arrancó uno a uno sus hermosos pétalos, no sin antes poner el caldero con el agua debajo y al quitar el último pétalo el saquito se desprendió cayendo en el agua y abriéndose a los pocos segundos, derramándose todo el líquido en ella.
Lo vertió en un vaso y rápidamente ayudándose de nuevo en sus hijos llegó al salón donde continuaba tumbado Arlo, puso el vaso sobre sus labios y dejó que toda la bebida cayera en su boca, en el mismo instante que la última gota rozó sus labios el amanecer despuntó en el horizonte.
¿ Lo habría conseguido? se preguntaba Ompi muy nerviosa ya que Arlo no movía ningún músculo.
Más de pronto abriendo sus enormes ojos exclamó:
- ¿Está ya la comida? Tengo un hambre atroz.
Ompi lo abrazó con fuerza mientras sus hermanos saltaban, gritaban y lloraban emocionados, todos se abrazaron y se besaron. Cuando se hubieron tranquilizado llamaron al doctor para que viera a Ompi y a Arlo.
Este dijo que del pequeño lo único que debía de preocuparles era que vaciara la despensa y a Ompi le mandó unas hierbas antiinflamatorias y una pomada, además de bastante reposo.
Cuando se fue el médico entre todos acomodaron a mamá en un sillón, le pusieron un gran cojín bajo el pie para que estuviera cómoda y se colocaron en frente de ella para que les contara con todo lujo de detalles su extraordinaria hazaña.
Ompi miró una a una las caritas de sus queridos hijos y con el pecho henchido de cariño, felicidad y ternura comenzó a narrarles su inolvidable aventura.