Las Ratoncitas y el Oráculo
"¡Por fin llegó el domingo!", pensó Lua bajando de un salto de la cama y acercándose a su hermana Alis, que todavía dormía plácidamente:
-¡Vamos, dormilona -dijo mientras la zarandeaba- que se nos va a hacer tarde! -Enseguida se puso en pie y las dos bajaron a desayunar.
Su mamá ya les tenía preparado el desayuno, pues sabía lo importante que eran los domingos para sus adoradas pequeñas. Durante toda la semana deseaban que llegara este día, y aunque después se iba volando, sabían que pronto llegaría otro fin de semana.
Ya preparadas su papá las esperaba para acercarlas a casa de sus abuelos, estaba contento de que les gustara tanto y que sintieran el mismo cariño que siempre había sentido él por aquella casa y las tierras de alrededor. Así, todos juntos, se encaminaron a “La Huerta”.
En la puerta, impaciente, esperaba su abuela, con su enorme pamela de paja para protegerse del sol. Hacía rato que tenía todo preparado: los pinceles, los caballetes, las pinturas..., las tres se sentaron en el jardín dejando que su imaginación llenara los lienzos de bellos colores. Las pequeñas habían heredado el amor por la pintura, y a pesar de su corta edad, lo hacían realmente bien. Claro que no era de extrañar, pues su abuela era una pintora genial que había expuesto sus obras en muchísimas ciudades y su fama había trascendido a varios continentes.
Por el rabillo del ojo las veía disfrutar mezclando los colores, dando pinceladas aquí y allá y se sentía muy dichosa y orgullosa de ellas y de que quisieran pasar tantas horas con ellos. Cuando se cansaban de pintar, entraban en casa y allí estaba su abuelo sentado en un confortable sillón, fumando sus cigarrillos de siempre y dispuesto a contarles las más extraordinarias historias.
Al terminar el relato las dos ratoncitas bajaron al desván. En una esquina se encontraba un viejo e inmenso baúl lleno de trajes viejos y sombreros gastados. Algunos pertenecían incluso a su bisabuela, a ellas les gustaba disfrazarse con ellos y hacer representaciones en las que a veces también participaba su abuela. Alis vio un precioso sombrero del que colgaban unas cintas muy largas para poder atárselo al cuello y decidió ponérselo de inmediato. Pero al tirar de él, una de las cintas se había enganchado con algo en el fondo y por más que lo intentaba no lograba sacarlo.
-¡Vamos, déjalo ya! -le dijo Lua algo impaciente- Coge éste otro, también es muy bonito.
Pero Alis quería aquel sombrero. Y a pesar de la mirada disgustada que le lanzaba su hermana vació el baúl rápidamente. Vio que la cinta se había quedado atascada en una rendijita que había en el fondo, tiró de ella pero nada, volvió a tirar con fuerza pero la cinta no se movió ni un centímetro. Lua que no podía aguantar más, la apartó y cogió ella el sombrero tirando con todas sus fuerzas, sin conseguir nada a cambio.
-¡Espera vamos a tirar las dos a la vez! -le dijo Alis.
Y así las dos juntas tiraron y tiraron hasta que por fin se soltó y las dos cayeron al suelo. Sorprendidas estallaron en una sonora carcajada, y no fue hasta que estuvieron nuevamente de pie que dejaron de reír.
-¡Hay que recoger todo esto! -dijo Lua, y se agachó a recoger un buen montón de ropa, el cual iba a echar dentro del baúl cuando su hermana la detuvo.
-¡Espera!
-¿Qué pasa?, esto pesa bastante.
-¡Mira! -dijo Alis, señalando el fondo.
Al mirar, Lua vio que asomaba un delgado librito por una trampilla que había oculta en el fondo del baúl. Con los tirones que habían dado habían logrado abrirla. Alis cogió el librito y en él pudo leer:
- “Otra vez lo he vuelto a ver, siempre a la misma hora, siempre va con prisas, pero mañana estaré preparada. No se me escapará, lo esperaré y lo seguiré hasta saber dónde vive, ¿habrá otros como él?”
No ponía nada más. Aquello era todo lo que había escrito en aquel cuaderno. También aparecía un dibujito de color azul, que parecía un diminuto animal, al lado del arroyo y un número subrayado a su lado.
-¿Eso es todo? -dijeron a coro las hermanas.
-¡Qué emocionante! ¿Por qué no vamos a la orilla del arroyo a ver si lo vemos?, queda un cuarto de hora para las cinco.
-¿Ver, el qué? Pero si no sabemos lo que es, además este cuaderno es muy antiguo. No creo que exista ya lo que quiera que sea eso, pero estoy contigo, por ir no se pierde nada.
Y se pusieron en marcha con el espíritu aventurero corriendo por sus venas. No podían evitarlo, pues sus padres habían sido grandes amantes de la aventura bajando y recorriendo grutas subterráneas, atravesando ríos bravíos, saltando desde altísimos puentes...
Llegaron a orillas del arroyo y se escondieron a esperar. Llevaban un buen rato esperando y bastante decepcionadas se disponían a regresar, pues nada había pasado, cuando de pronto vieron algo azul que se movía muy deprisa. Enseguida se pusieron a perseguirlo, con cuidado de no ser vistas. Entró en una cueva y sigilosamente lo siguieron. Cada vez la cueva se volvía más y más oscura, hasta que no pudieron distinguir nada. Pero como eran bastante previsoras, siempre llevaban una linterna en sus bandoleras, después de encenderlas siguieron caminando. Llevaban un rato andando, pero ya no quedaba rastro alguno de aquella cosita azul; mas de pronto, sintieron unas voces a lo lejos y con enorme curiosidad continuaron caminando. Delante de ellas, la cueva se ensanchaba considerablemente. Estaba formada por varios niveles de altura. Algunos con enormes estalactitas. En el centro de la cueva había un gran Topo, con una túnica roja por vestido, rodeado de numerosos topos que lo escuchaban en silencio.
- Hoy es el gran día -decía- han transcurrido cincuenta y cinco años y otra vez estamos dispuestos a saber lo que nos depararán los años venideros. Todos sabemos que esta vez no será igual que las otras veces, ya que el último superviviente de la noble casta de los “buscadores” no hace honor a su nombre. Pero aún así, es el único que puede conseguirlo, así que sin más demora acércate Prismo y cumple tu destino.
Todos se apartaron, y las hermanas pudieron ver al animalito azul que tembloroso se acercaba al gran Topo, entre los abucheos de los demás allí presentes. Cuando estuvo al lado del gran Topo pudieron apreciar, gracias a la brillante luz que emanaba de la enorme estalactita que se encontraba encima de sus cabezas, que no se trataba más que de otro pequeño topito. Pero a sus ojos parecía el ser más indefenso que jamás hubieran visto, ya que sus temblores hacían que su pequeño cuerpecito se agitara sin parar, no ayudándole en absoluto los gritos de desaprobación que recibía por todas partes. Inmediatamente sintieron una gran ternura hacia él y unas enormes ganas de protegerlo. Entonces volvieron a prestar atención al gran Topo, que en ese momento estaba pidiendo, como algo absolutamente inusual pero muy conveniente dado el riesgo de su misión, un voluntario que quisiera acompañar al topito en su aventura de conseguir el ansiado oráculo. Sin embargo nadie se inmutó, todos seguían en absoluto silencio. El pequeño topito miraba con desesperación a un lado y a otro esperando, quizás, que alguien quisiera acompañarle, mas no hubo respuesta. Entonces, desolado, dejó caer su cabecita. Al poco se oyeron unas voces que gritaban al unísono:
-¡Nosotras, nosotras iremos!
Todos se volvieron a mirar y estupefactos contemplaron cómo dos preciosas ratoncitas se dirigían hacia ellos muy decididas. Se acercaron al gran Topo, haciéndole una reverencia y Lua habló:
-Disculpadnos por esta intromisión, pero nos gustaría muchísimo ser las acompañantes de Prismo, si no le parece mal.
Todavía el gran Topo, un poco sorprendido, respondió:
-¿Quiénes sois y por qué querríais hacer algo así?
-Somos Lua y Alis, dos hermanitas que han venido a pasar otro domingo a casa de sus abuelos, cuando hemos visto a Prismo por el campo y lo hemos seguido hasta aquí. ¿Y por qué queremos ir con él? -Entonces Alis tomó la palabra:
-No lo sabemos en verdad, pero lo que sí sabemos es que no podemos dejarle ir solo, ¡¡con esa carita!!
El gran Topo sonrió para sí. Y después de pensarlo unos segundos dijo en voz alta:
-De acuerdo, así sea.
Fue como si un gran peso presente en la estancia se desvaneciera de pronto permitiendo que los demás topos se relajaran, oyéndose incluso alguna pequeña risita de satisfacción.
Sin más pérdida de tiempo, se pusieron en marcha. Prismo estaba muy contento de no tener que ir solo y, aunque eran unas absolutas desconocidas, le cayeron bien desde el primer momento que las vio.
-Me alegra muchísimo que me hayáis querido acompañar, os estoy muy agradecido -bajó la cabeza y se puso colorado al confesarles que pertenecía a una noble casta de “buscadores" del oráculo, por eso su piel era de aquel color, era su seña de identidad. Y que todos sus antepasados eran seres valerosos. Pero él había roto aquella honrosa tradición y era el ser más cobarde que habitaba en aquellos lugares. Después de un incómodo silencio, las hermanas quisieron saber qué era aquello del oráculo. Prismo les contó toda la historia de su pueblo. Que cada cierto tiempo, uno de los “buscadores” se ponía en marcha para hacer su trabajo, el cual no era otro que encontrar el oráculo que predeciría el futuro de sus gentes, dándoles la sabiduría de cómo tendrían que conducirse en la vida. Era sumamente importante para ellos y era una gran responsabilidad y un gran honor poseer ese don. Pero él se sentía muy mal pues no lo merecía, ya que no estaba a la altura. Su inmensa cobardía lo convertía en el topo más despreciable de la tierra.
-¡Basta ya! No voy a tolerar que vuelvas a hablar así nunca más -dijo de pronto Alis, y lo dijo con tanta vehemencia que después de la sorpresa inicial su hermana sonrió.
-Tiene razón Alis, no deberías ser tan cruel contigo mismo. Ya verás como en el fondo de tu ser se encuentra el valeroso topito que hará honor a su casta. Sólo que todavía no se ha mostrado -y dándole unos golpecitos de ánimo en el hombro cambió de tema.
Llevaban ya unas cuantas horas caminando, cuando Prismo cerró los ojos, se detuvo y poco a poco subió el brazo señalando un lugar a lo lejos. Y como si estuviera en trance se dirigió a aquel lugar, sin detenerse un instante. Las hermanas se dirigieron una mirada de interrogación, pero no hicieron ninguna pregunta, sólo se limitaron a seguirlo a corta distancia. Al llegar al final de aquel tramo, la cueva se ensanchaba considerablemente, mostrando un lugar casi mágico, lleno de preciosas estalactitas y estalagmitas que colgaban del techo o brotaban del suelo. Cada una con destellos de miles de colores haciendo que el lugar brillara de forma espectacular. En medio del lugar había un maravilloso lago subterráneo de cristalinas aguas. Prismo se dirigió a él y al llegar a su orilla abrió los ojos y señaló en el fondo una piedra de color blanco, cuya superficie estaba perfectamente lisa. Acto seguido su diminuta nariz se encendió y se puso roja como un tomate, al momento la piedra se quedó también del mismo color y poco a poco comenzó a abrirse. De su interior surgió un disco dorado que lentamente fue flotando hacia la superficie. Prismo lo cogió y muy satisfecho lo introdujo en sus pantalones.
Mas de pronto algo ocurrió, la cueva tembló unos segundos y sonó un fortísimo rugido proveniente de un enorme agujero excavado en una roca situada detrás del lago. Los tres animalitos se quedaron pegados al suelo por la impresión, mirando con pavor y sin pestañear el agujero, cuando vieron salir de él la más extraña criatura que hubieran visto nunca. Era inmensa. Tenía cabeza de iguana con unos dientes muy afilados, cuerpo de rata con enormes garras y cola de dragón. Se fue acercando a ellos. Entonces las ratoncitas metieron la mano rápidamente en sus bandoleras, sacaron dos sogas y, dándose la vuelta, se echaron a correr hacia un enorme grupo de estalactitas. Ya casi habían llegado, cuando Alis miró hacia atrás y lo que vio hizo que se le congelara la sangre. La criatura estaba a pocos metros de Prismo que, aterrado de pies a cabeza, se había quedado inmóvil en el sitio, temblando y sin poder moverse.
Sin pensarlo dos veces, dio media vuelta y se dirigió a la criatura. Su hermana, comprendiendo de inmediato sus intenciones, salió corriendo hacia el otro lado y, con enormes aspavientos, llamó la atención de la criatura, la cual, al verla, con gran soltura saltó el lago y se dirigió hacia ella. Alis en ese momento llegó donde se encontraba Prismo y, cogiéndolo con fuerza, lo sacó de allí y lo escondió tras unas rocas:
-¡Quédate aquí y no te muevas, tengo que ayudar a Lua! -y, sin decir nada más, salió corriendo hacia donde se encontraba su hermana que, con gran agilidad, trepaba por unas rocas con la criatura a sus pies. Mientras se dirigía al lugar, cogió la cuerda, hizo un nudo corredizo y empezó a agitarla por encima de su cabeza hasta lanzarla contra una estalactita y cerrar el nudo alrededor de ésta. Después, sin dejar de correr, se subió a una estalagmita no muy grande y con un fuerte impulso se columpió hacia la bestia, propinándole una fortísima patada que hizo que la criatura se zarandeara hacia un lado, cayendo al suelo. Lo que le sirvió a Lua para ponerse a salvo sobre la cima del montículo. Debido al impulso cogido por Alis, cayó al lado de su hermana. Al poco la bestia se puso nuevamente en pie y comenzó a trepar por las rocas, con gran asombro por parte de las hermanas, que lanzaron las cuerdas a otras estalactitas. Así estuvieron colgándose de una a otra, esquivando a la bestia, que no sabiendo a dónde ir acabó por marearse hasta detenerse en seco. En el momento en que Lua se descolgaba de una hacia otra, con su cola acabada en punta la bestia dio un salto y partió la estalactita. Esto hizo que Lua fuera a parar al suelo, dándose un buen batacazo. Alis, viendo a su hermana en peligro, cogió unas rocas sueltas y se las lanzó a la criatura que, enfurecida, cargó contra ella. Pero Alis, subiéndose a la estalactita más alta, con un fuerte impulso se dirigió adonde estaba Lua, que seguía inconsciente en el suelo. Aterrizó al lado de ella, pero por más que intentó despertarla, no lo consiguió, y por más que tiraba de ella no lograba moverla más que unos pocos centímetros. Desesperada llamó:
-¡Prismo, Prismo, ayúdame por favor, no puedo yo sola con ella! -Pero no obtuvo respuesta. Miró y vio como la bestia se dirigía hacia ellas implacable.
-¡No te dejaré, te lo prometo! -sollozaba en el suelo, al lado de su hermana, y dándose por vencida, pues ya las fuerzas la habían abandonado. Ya sentía el fétido aliento de la criatura cuando, de pronto, oyó una voz gritar:
-¡Eh tú, cosa fea!, ¿es que no te atreves con los de tu tamaño?
Perpleja, vio a Prismo parado en medio de la cueva, con las manos en la espalda. Para su asombro, su cuerpo no temblaba. No mostró el más mínimo rastro de miedo cuando el enorme monstruo se encaminó a toda velocidad hacia él.
Alis no podía soportar lo que iba a suceder. Se le escapó un angustioso gemido, mas no pudo creer lo que sus ojos le mostraban. Vio cómo Prismo, cuando tuvo a la bestia a un palmo de su cara, con toda la templanza del mundo, sacó las manos de la espalda sosteniendo el trozo de estalactita que se había roto y, con todas sus fuerzas, se la clavó a la inmunda bestia en todo el corazón, cayendo fulminada en el acto.
Después, con gran entereza, partió un trocito de estalactita que seguía clavada en el cuerpo ya sin vida de la criatura. Se acercó a las hermanas y, arrodillándose, se la puso a Lua en los labios. Al poco ésta abrió los ojos.
-¡¿Qué ha pasado?, ¿dónde está el monstruo?!
-No te preocupes -le respondió Prismo- ya ha acabado todo.
Alis entonces tomó la palabra, ya que se había quedado muda por el asombro.
-¡Has estado, has estado fantástico! Eres el ser más valiente que he visto nunca -Y con gran entusiasmo y con todo lujo de detalles, le contó a su hermana lo que había ocurrido.
-No me sorprende en absoluto, era cuestión de tiempo que tu verdadero yo aflorara definitivamente -respondió la ratoncita.
Después de descansar un poco, se pusieron de nuevo en marcha hacia el hogar del topito pero en sus corazones latían nuevos sentimientos de aventura, sacrificio, valor y, sobre todo, de una sólida amistad.
Llegaron y el gran Topo les estaba aguardando. Prismo le tendió el oráculo, aquel lo cogió, se lo acercó a la frente y, con los ojos cerrados, lo posó en ella unos breves segundos. Después se sonrió y con determinación se acercó al centro de la cueva, todos guardaban silencio, y pronunció estas palabras:
-Ahora sé lo equivocados que estábamos, no es valiente el que no teme al miedo, sino el que sabe dominarlo cuando llega el momento.
Dicho esto, por toda la cueva aparecieron las imágenes de la horripilante criatura persiguiendo a las dos ratoncitas y el momento, cuando ya casi las iba a devorar, en que aparecía el miedoso Prismo con la estalactita en las manos para clavársela a la bestia y matarla en el acto. Todos gritaron de júbilo y el gran Topo exclamó:
-Prismo, te pido perdón; no, te pedimos perdón. Has hecho honor a tu noble casta -Y se regocijó al darse cuenta de que dicha casta perviviría por muchas generaciones, pues había un gran número de topitas que se deshacían en gritos de elogio hacia el pequeño Prismo. Éste lo miraba con los ojos llenos de lágrimas por la emoción.
Las dos hermanas se abrazaron, mientras lágrimas de felicidad recorrían sus mejillas. Todos lo felicitaban entre abrazos y vítores.
Aquella noche se celebró una gran fiesta. En la mesa de honor estaban el gran Topo, Prismo y por supuesto sus queridas amigas, Lua y Alis. Sus miradas se cruzaron por unos instantes, y los tres supieron con certeza que su amistad perduraría para siempre.