Xaia la Pastelera
Xaia estaba trasteando en la cocina, como siempre que su mamá se encontraba despachando en la tienda. Le encantaba embadurnarse las manos con la masa, mezclar aquí y allá leche, huevos, harina, ahora unas pepitas de chocolate, en otras ocasiones unas hebritas de vainilla o unas perlitas de colores, y después de tenerlos un buen rato en el horno obtener unos suculentos pasteles. Aunque según salían se los iba comiendo todos sin dejar rastro, ya que su madre pensaba que todavía era una gatita muy pequeña para estar entre fogones, y eso que era una verdadera artista pero nunca había podido demostrárselo, pues ella no quería ni oír hablar de ello.
Su madre era una gran pastelera y lo más que aceptaba de su hija era que le echara una mano cascando huevos o midiendo las tazas de azúcar o harina que harían falta, pero Xaia pensaba que ya era hora de hacer algo más innovador pues aunque los dulces de su madre eran muy buenos siempre hacía los mismos y aunque tenía una amplia clientela creía que podía ser más numerosa si pudiera enseñarle a su mamá sus nuevas ideas. Ya que, sin que nadie le hubiese enseñado nada, sólo al ver a su mamá día tras día hacer una suculenta tarta o unos diminutos pastelitos había aprendido el oficio. Era una pastelera nata, con grandes y sabrosas ideas, pero sobre todo muy novedosas. También le habría gustado poder ayudar a su mamá, porque lo hacía todo ella sola y se acostaba a altas horas de la noche trabajando. Haciendo muchas tartas y dulces que al día siguiente vendía, después de levantarse muy temprano para dejarlo todo preparado. Siempre acompañada por su amplia sonrisa y cuando su hija le pedía ayudarla contestaba:
- No te preocupes Xaia, ya crecerás y podrás ayudarme, ahora con lo que haces es suficiente. Tu único deber hoy en día es disfrutar y divertirte jugando, ya llegará el momento de trabajar duro.
Pero Xaia se sentía mal por no ser más útil, veía como su madre se deslomaba un día sí y otro también para sacar adelante el negocio y con él a ellas ya que su papá había fallecido cuando era muy pequeña.
- ¡Vamos Xaia! -dijo su mamá- no has revisado las trampas para los ratones y sabes que no nos podemos permitir tener ninguno merodeando por aquí.
- Claro, claro me he despistado, lo siento, enseguida lo hago.
Cuando su mamá se fue, colocó grandes trozos de queso en las trampillas pero las cerró para que ninguno quedara atrapado. No lo podía evitar, sabía que estaba desobedeciendo a su mamá y eso estaba muy mal pero eran tan pequeñitos e indefensos que se veía incapaz de poder hacerlo, no podría soportar encontrarse alguno atrapado o algo mucho peor.
La pastelería no era muy grande pero sí era acogedora y bastante coqueta, su mamá la había adornado con sumo gusto y los muebles y estanterías habían quedado preciosos.
Su clientela era gente importante de la ciudad pero al anochecer su mamá daba todo lo que sobraba a los pobres que hambrientos y agradecidos acudían al local, su mamá era muy bondadosa y ella la quería muchísimo.
Una mañana bajó la escalera precipitadamente pues la noche anterior se había acostado más tarde de lo habitual, pues había hecho los canutillos de crema y chocolate que solían ser muy laboriosos, por eso sólo los hacía un par de veces al mes y por eso se había entretenido más de lo normal por lo que a la mañana siguiente agotada se había quedado dormida. Enfadada consigo misma bajó la escalera tan deprisa que sin darse cuenta se pisó el vestido y cayó rodando por ella. Al llegar al suelo no pudo levantarse, le dolía muchísimo la pierna izquierda, viendo que era imposible llamó a su querida hija para que viniera a ayudarla.
Xaia al oír a su mamá se levantó sobresaltada, bajó corriendo la escalera y después de intentar ayudarla inútilmente salió corriendo a buscar al médico.
El diagnóstico fue una pierna rota y mucho tiempo de reposo.
- ¡Oh no! -se lamentó su mamá- esto es una catástrofe, tendré que cerrar la tienda y no sé como podré pagar los gastos, a los proveedores… -decía muy preocupada.
- No te preocupes mamá -intentó tranquilizarla Xaia- yo me encargaré de todo.
- Hija te lo agradezco pero tú no puedes, no sabes cómo hacerlo.
- No mamá, eso no es verdad -y un poco temerosa se lo confesó todo a su madre.
Ésta no podía creerlo pero su hija estaba decidida, así que bajó a la cocina y en unos minutos subió con un precioso pastelito de merengue coronado por dos guindas.
Su madre al verlo quedó muy asombrada, lo cogió y se lo comió en silencio y después de unos minutos que a Xaia le parecieron eternos por fin habló:
- ¡Increíble! Es el dulce más exquisito que he probado nunca. Enhorabuena hijita veo que eres una gran pastelera y me alegra muchísimo que por una vez, no me hayas obedecido.
- ¿De verdad, no estás enfadada?
- Ven aquí querida -y le dio un fortísimo abrazo y muchos besos.
- Ahora estoy tranquila, el negocio está a salvo en tus manos.
Xaia bajó la escalera llena de alegría y muy orgullosa y sin pérdida de tiempo se dirigió a la cocina a preparar los pastelitos para el día siguiente. Se pasó toda la noche trabajando, haciendo mil y una variedades. Cuando terminó la cocina rebosaba de preciosos bocaditos de nata, merengue, crema, hojaldre... todos ellos decorados de forma exquisita y con formas realmente sorprendentes.
A la mañana siguiente se levantó muy temprano, atendió a su mamá, que aguardaba impaciente para ver el resultado y bajó a la tienda a prepararlo todo.
Cuando abrió las puertas, los primeros clientes en llegar se quedaron estupefactos pero tras los primeros segundos de impresión, estaban encantados de ver aquellas delicias tan maravillosas. Querían probarlas todas, así que se llevaron muchos pasteles. Y así continuó el resto del día, entrando clientes sin parar que salían más que satisfechos.
Al cerrar la tienda prácticamente no quedaba nada y cuando llegaron los indigentes, muy avergonzada, casi no tenía nada que ofrecerles pero les prometió que no volvería a suceder, que mañana habría de sobra para todos.
Así que sin pérdida de tiempo, se puso a trabajar y esa noche no durmió sino que estuvo trabajando hasta que la débil luz del amanecer entró por la ventana. Fue a su cuarto se lavó un poco y atendió a su mamá como si nada. Le contó lo bien que había ido el día anterior y después de las felicitaciones de su madre y de decirle lo orgullosa que se sentía de ella sin perder más tiempo, bajó a la tienda dispuesta a un día más de duro trabajo.
Ese día la pastelería estaba a reventar, se había corrido la voz y tenía muchísima más clientela. A la hora de cerrar vinieron los pobres pero esta vez estaba preparada y había hecho de sobra, por lo que se fueron rebosantes de felicidad y con los bolsillos bien llenos.
Cerró y se dirigió muy contenta, aunque bastante cansada, a la cocina empezó a preparar todo pero cuando llevaba un buen rato trabajando, el cansancio se apoderó de ella y se quedó dormida apoyada en la mesa.
Pasaron muchas horas hasta que abrió nuevamente los ojos. Muy alarmada dio un salto y desorientada iba a retomar el trabajo cuando sus ojos se abrieron como platos, la cocina estaba llena de graciosos ratoncillos ataviados con delantal y gorros de cocineros que a la orden de uno de ellos, que llevaba el gorro amarillo, trabajaban sin cesar. Amasando, batiendo, removiendo cacharros al fuego, sacando y metiendo bandejas en el horno, fregando platos y calderos. Muy sorprendida se quedó paralizada sin poder moverse, cuando oyó la voz del “cocinero” con el gorro amarillo:
- ¡Hola querida Xaia!, hemos venido a echarte una mano.
- ¿Pero quiénes sois, porqué, cómo?
- Bien te contestaré a todas las preguntas. Somos tus vecinos los ratoncillos que viven en tu casa, el porqué es sencillo para agradecerte lo buena que has sido con nosotros al no atraparnos con esas horribles trampas, y encima alimentarnos, y el cómo no ha sido fácil te hemos visto día tras día trabajar y algo hemos aprendido pero con tu ayuda seremos muchísimo más eficaces.
Xaia no supo qué decir, después de mirar los apetitosos dulces que cubrían las mesas y estantes. Réplicas casi exactas de los que ella hacía, con los ojos inundados por la emoción sólo pudo articular una única palabra:
- ¡Gracias!
- A ti, por cierto me llamo Filo y ahora no perdamos más tiempo y pongámonos manos a la obra.
- Muy bien continuemos.
Ya más descansada por las horas dormidas y muy agradecida por la inesperada ayuda, continuaron trabajando hasta el amanecer.
Los días siguientes fueron así, durante el día permanecía en la tienda, que ya no daba abasto, y la gente hacía cola en la calle para entrar. Por la noche después de dar, ya no sólo los dulces sobrantes, sino muchos más a sus pobres amigos se pasaba hasta las doce haciendo los más maravillosos pasteles que se recordaran, todos ellos con ayuda de sus muy buenos amigos los ratoncillos.
Hasta que una mañana llegó una noticia a sus oídos, el Rey de la comarca estaba de visita en el pueblo e iba a celebrar un concurso de repostería. El pastel más delicioso de todos y sobre todo aquel que le recordara uno maravilloso probado en su niñez y del que se decía nunca más se supo nada, sería el ganador del gran honor de ser el proveedor de la Corte.
- Cuanta ilusión le haría a mamá si pudiera conseguirlo -pensó Xaia y por la noche se lo contó a sus amiguitos.
- Por supuesto -dijo Filo- claro que lo conseguirás.
- Pero no sé la receta de ese dulce tan maravilloso, nadie lo sabe, se dice que la anciana que lo hacía falleció con el secreto.
- No te preocupes yo tengo muchos conocidos, les preguntaré y ya te contaré lo que averigüe.
Y siguieron trabajando aunque Xaia no pudo dejar de pensar en ello.
A la noche siguiente Filo vino preparado, le contó a Xaia:
- He estado indagando y un antepasado de mi primo Rómulo vivía en casa de la anciana, ella le dio la receta pues era el encargado del “Recetario Pasteler”.
- ¿ “El Recetario Pasteler” y eso qué es?
- Es un recetario muy importante en él constan todas las recetas de pasteles del mundo. Todos los ratones de la tierra van escribiendo las recetas de todos los pasteles que se encuentran a su paso y luego los hacen llegar al encargado del recetario, que los va introduciendo en él.
- ¿Y podríamos pedirle que nos lo preste?
- Imposible, al introducirlo dentro del libro estos desaparecen.
- ¿Desaparecen, cómo a dónde van?
- Pues van al “País de los Pasteles”.
- ¿Qué, “País de los Pasteles” estás bromeando?
- No, no bromeo y lo vas a comprobar ahora mismo pero antes quiero que sepas que esto es un gran honor. Nunca nadie ha visto ese lugar pero contigo han hecho una gran excepción por lo buena que has sido con nosotros.
Xaia agachó la cabeza en señal de agradecimiento.
Filo sacó unos trozos de queso de un verde muy intenso le dio un trozo a Xaia y otro se lo comió él. Al poco empezaron a encoger a encoger hasta quedarse del tamaño de un grano de arroz, después dos ratoncitos los cogieron y los metieron dentro de un cuenco de harina que al instante se hizo líquida y se los tragó. Al abrir nuevamente los ojos Xaia no se podía creer donde estaba, primero vio un suelo hecho de caramelo, los árboles eran chupa- chups de todos los sabores, caían cascadas de zumos de fresa, de naranja, de limón, un lago de helado de turrón, otro de vainilla y a lo lejos había uno de tuti-frutti. Las casas estaban hechas con caramelos de distintos sabores y otras de chocolate blanco y negro, los bancos eran nubes de golosinas, las flores bastoncillos de caramelo y los pétalos perlitas de azúcar de colores, el cielo era de nata montada pero sin duda lo más extraño eran los habitantes, por todas partes flotaban o caminaban pasteles de todos los tipos de merengue, nata, de chocolate, canutillos de crema, tartas de dos pisos, de cuatro, pasteles de hojaldre, de mazapán...
Caminaron entre ellos y aunque algo sorprendidos no les dijeron nada. Llegaron ante una gran casa de tejas de chocolate blanco con las paredes de caramelo y al entrar miles de papeles flotaban en el aire, todos ellos repletos de recetas maravillosas pero ¿cómo encontrar la que buscaban? Entonces en lo alto de la escalera apareció una gran Palmera de chocolate de la que salían dos brazos y dos piernas, además de tener una cara muy graciosa sus andares eran muy peculiares, debido a su volumen, se acercó a ellos y les dijo:
- La única manera de hacerse con la ansiada receta es pasar tres pruebas.
- La primera es hacer un pastel fuera de lo corriente.
Xaia pensó “eso no es problema” y se puso manos a la obra, tan pronto como le dieron todos los ingredientes, cuando hubo terminado le quedó el dulce más apetitoso y original jamás logrado.
La Palmera se lo comió de un bocado y exclamó:
- ¡Prueba superada!
La segunda prueba consistiría en crear una flor nunca vista.
Xaia pensó un poco, después salió corriendo hacia los lagos de los helados. Cogió un poco de todos, los mezcló, y luego los puso en un molde alargado, ya que todo lo que deseaba se le aparecía al instante. Acto seguido lo congeló. A continuación cogió regaliz alargado y lo rayó. Seguidamente, puso el bastón de helado, que se había convertido en una preciosa espiral de diferentes colores, sobre una bandeja y encima colocó el regaliz rayado semejando pétalos y los unió en el centro con caramelo fundido hecho con azúcar muy caliente, la flor quedó muy pero que muy original, a lo que la Palmera añadió:
- ¡Prueba superada!
Después la Palmera les dijo que la tercera prueba se realizaría al día siguiente pues se había hecho ya tarde. Así que los acompañaron a sus aposentos.
A la mañana siguiente los levantaron y los bajaron ante una gran mesa dispuesta con apetitosos pastelitos, la boca se les hizo agua pues desde que salieron de casa no habían probado bocado.
Al poco la Palmera se acercó y les dijo:
- La tercera prueba consiste en comerse todos estos pastelitos y después decir qué opinan de cada uno.
Filo no se lo pensó dos veces y comenzó a engullirlos sin parar, Xaia cogió el primero, pero al mirar por la ventana vio a un pequeño grupo de pasteles de crema de mayor tamaño, que el que sostenía en su mano, al fijarse bien se dio cuenta de que trozos de crema se iban cayendo al suelo. Le pareció bastante extraño, era como si se estuvieran derritiendo pero al fijarse bien lo entendió todo ¡eran lágrimas!, los pastelitos estaban llorando y al mirar otra vez su mano lo comprendió con claridad. Salió corriendo y por poquísimo logró salvar al pequeño pastelito que Filo estaba a punto de devorar.
El ratoncito se quedó muy sorprendido y más cuando oyó a Xaia decir:
- Sintiéndolo mucho no podemos terminar la prueba, ruego nos disculpe. Y cogiendo de la mano a Filo se dispuso a marcharse, cuando oyó a la Palmera decir:
- ¡Prueba superada!
Al volverse, todavía sorprendidos por el veredicto, la Palmera continuó:
- Un buen pastelero precisa de tres requisitos fundamentales: primero conocimiento, segundo imaginación y tercero pero no menos importante corazón, sin él jamás será un pastelero excepcional.
Y como por arte de magia los papeles que flotaban por todas partes empezaron a revolotear de un lado a otro creando un gran remolino del que salió uno sólo que fue flotando hasta Xaia, era la tan ansiada receta. Después de despedirse de todos les dieron un trozo de caramelo a cada uno y al instante se encontraron otra vez en la confortable cocina.
Estaban tan emocionados que empezaron a preparar la receta sin pérdida de tiempo y cuando hubieron acabado ésta desapareció sin dejar rastro.
El día amaneció soleado y la cola a las puertas de Palacio era considerable, dentro el Rey iba probando un trocito de cada postre que le presentaban. Después de esperar un buen rato le tocó el turno a Xaia, estaba bastante nerviosa pero sobreponiéndose llegó ante su majestad. Al abrir la caja donde lo llevaba el Rey no pudo contener una exclamación. El postre que aquella gatita le presentaba era realmente fascinante, su forma, sus colores, si sabía igual sería perfecto. Así que sin más demora lo acercó a sus labios.
No pudo decir que sintió, todo su ser se estremeció y por un breve instante se encontró en la cocina de palacio con su anciana cocinera mirándole con una amplia sonrisa mientras degustaba su tan añorado pastel, al abrir los ojos se encontró con la realidad, una hermosa gatita lo miraba con ojos expectantes.
- ¡Maravilloso, maravilloso! -exclamó- Ya tenemos ganadora.
Xaia llegó a casa exultante, subió inmediatamente al cuarto de su madre y le contó todo lo sucedido. Su mamá la miraba boquiabierta y al terminar y enseñarle el título en letras doradas “Proveedora Oficial de la Corte Real” sus gritos de alegría se oyeron por toda la casa, los ratones al oírlo saltaron en la cocina y al poco Xaia entró y los abrazó con fuerza.
La mamá de Xaia estaba totalmente recuperada, las cajas con todos los pasteles para la casa Real estaban preparadas, las estanterías de la tienda y las vitrinas se encontraban llenas a rebosar. La cocina se había ampliado con nuevos estantes repletos de pasteles para sus amigos los más necesitados, al ser proveedoras de la casa Real tenían muchísima clientela por lo que el trabajo era constante. Así que la madre de Xaia había tomado una decisión, ella se encargaría de despachar la clientela ¿y Xaia? pues dónde debía estar en su entrañable cocina con sus queridos amigos los ratoncillos haciendo lo que mejor que nadie sabía hacer, sus maravillosos y admirados pastelillos.
Terminado el cuento está pequeñina a descansar.
Este cuento es para la nietita de mis entrañables y queridos amigos Pedro y Marina, deseando que le guste. Muchos Besos.